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Cataluña nos emborrachó con el Corredor

La idea del Corredor Mediterráneo la forjó un lobby de origen catalán de nombre Ferrmed, que propuso una doble plataforma con dos vías cada una (viajeros y mercancías) que se decía iba a transcurrir desde Algeciras a Hamburgo y que en particular iba a resolver la comunicación entre Valencia y Barcelona.

Aquello fue la burbuja inmobiliaria en versión ferroviaria y a los valencianos nos explotó en la cara. Bastaba ir a Bruselas para palpar la razonable perplejidad de la Comisión cuando se le pedía financiación para una instalación inalcanzable e insostenible; mientras aquí la idea servía de enganche a todo tipo de instituciones políticas, empresariales mediáticas, colegios profesionales, que todos esperaban réditos sin riesgo alguno. Hoy vivimos en carne propia las consecuencias de aquel papanatismo.

Lo que sigue no es anticatalanismo. Nada tiene que ver con la indiscutible unidad de la lengua en lo que conocemos como paisos catalans, simplemente se trata de plasmar una competencia económica entre regiones vecinas sobre cuyo desarrollo cada uno tendrá su propia opinión. Cataluña ha ganado y nuestra Comunitat ha perdido.

A considerar, a la altura de finales del 2016, la patética comunicación ferroviaria entre Valencia y Barcelona (sobre cuya rápida resolución soy profundamente pesimista) ha llegado el momento de exigir a todos rigor en el lenguaje incluidos los poco ferroviariamente informados, firmantes del Pacte del Botànic. Ellos lo incluyeron con letras de oro en su acuerdo de gobierno ignorando que un corredor va en dos sentidos, incluso en aspiraciones.

En julio de 2014, antes de hablar de forma inequívoca de independencia, Artur Mas presentó 23 puntos básicos para Cataluña. En ninguno de ellos hay mención alguna al Corredor que por entonces ya funcionaba razonablemente hacia Europa desde el puerto de Barcelona.

Esta semana, nuestros empresarios de AVE decidían sacar sus quejas ferroviarias a la calle y después de años apostando por el tercer hilo, volvían al paraguas de Ferrmed. Para añadir gramos de actualidad, decir que hoy Adif Alta Velocidad, la entidad empresarial responsable de la gestión de la red ferroviaria de altas prestaciones, acumula una deuda superior a 14.000 millones de euros y que en el límite de su propia sostenibilidad ha pedido autorización, ya denegada, para subir al 15 % el peaje a Renfe de la que sólo recibe 600 millones anuales. Quien se supone debe construir nuestra parte de Corredor resulta que debe docenas de 60 euros por cada uno que ingresa.

Desgraciadamente, el interés de conectar Valencia con Barcelona, no se corresponde con el existente en Barcelona para conectarse con Valencia. Los grandes cuellos de botellas actuales del corredor están en la provincia de Tarragona, cuya capital con tal de resolver determinados servicios mantiene paralizada la posibilidad de ir y venir a/desde el sur.

Hace casi catorce años que debido a discusiones ferroviarias uno decidió dejar la dirección de un Instituto universitario, no me arrepiento. Durante los años siguientes traté de explicar las equivocaciones que estábamos teniendo para resolver nuestra conexión ferroviaria hacia el norte. Mientras Barcelona y su puerto se conectaban de forma apañada y más barata tanto con la frontera como con Zaragoza, aquí hablábamos de corredores faraónicos, de estaciones de grandes arquitectos, de túneles pasantes y de accesos portuarios. Todo simultáneamente, como si hubiera presupuestos infinitos. Era una burbuja que se hinchaba.

Discutir que Ferrmed no iba a ser el VLC-BCN costó descalificaciones, una de las cuales ilustra esta reflexión. ¡Benditas hemerotecas! El firmante ya no es conseller (su homólogo valenciano ha fallecido) ya ni siquiera es socialista (tiempos del tripartit de Montilla en Cataluña y de Zapatero en La Moncloa) y parece que el personaje desea ser exespañol. El mítico túnel hispano-francés de Le Perthus lo inauguró Mas en silenciosa presencia de Rajoy. El fiasco era obvio pues París no justifica el sueño embelesado de Barcelona. Ganaron las grandes constructoras. El Corredor de Ferrmed ha dejado a los valencianos compuestos y sin tren, y a todos los españoles con una obra y una quiebra, que ahora pagamos todos. Es el reino de los Florentino Pérez: túnel, radiales madrileñas, seísmos del depósito Castor, etcétera.

El Corredor ha pasado a ser cuestión de lingüistas, economistas, geógrafos... pero el gran silencio ha venido de los ingenieros, en especial los de la propia GV que han permitido que seamos, sin ninguna contrapartida, el campo de pruebas de una técnica desconocida para grandes distancias. No se sabe si los empresarios defienden la solución Ferrmed o el riesgo del tercer hilo. Con todos los respetos a su capacidad para crear ejemplares cadenas de supermercados, armar buques o gestionar granjas, se han metido de buena fe en un jardín de difícil salida. Demasiados años de vernos superados por regiones más disciplinadas. La GV sigue embozada, como si el papel del Botànic fuera taumatúrgico y como si Cataluña no hubiera movido sus bazas.

No hay duda de que el Gobierno central ha sido insensible a las demandas existentes al sur de Tarragona, pero aquí no se ha sabido encarar este aislamiento. Me gustaría plantear alguna solución pero con la idea del Consell de juntar el problema de la financiación autonómica con el Corredor no hay forma de aclararse. Ambos son problemas demasiado serios para mezclarlos alegremente. Es en el coctel entre financiación e inversión donde reside el victimismo político valenciano, que más pronto que tarde, llegará al soberanismo.

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