Hoy es un buen día para contar un cuento. Pero no precisamente de hadas. Imagínense un país donde el mes de noviembre no tuviera que estar casi monográficamente dedicado a hablar de un tema como el de la violencia sobre las mujeres. Donde, durante este mes, la agenda de la sociedad no tuviera que estar ocupada casi en exclusiva por un tema tan repulsivo y desagradable como la violencia sobre las mujeres. Donde no hubiera que ir el día 25 a concentrarse ante la puerta del ayuntamiento de cada ciudad y pueblo para manifestar el rechazo y la condena de los asesinatos a mujeres.

Imaginen, como diría el añorado John Lennon, que vivimos en otro momento de la historia de la humanidad y resulta que las mujeres, que siguen conformando la mitad de la humanidad, disfrutan de los mismos derechos y oportunidades que sus compañeros varones (aunque mantienen, afortunadamente, emocionantes y complementarias diferencias biológicas que jamás van acompañadas de ninguna otra que las penalice).

Una sociedad donde cada persona es como quiere ser, donde el respeto es la seña de identidad. Donde no se castiga a quien es diferente. Donde no se impone una forma de ser, vestir o actuar. Ni con quien debe acostarse o cuales han de ser sus preferencias y aficiones. Donde a nadie se le dice lo que debe hacer con su cuerpo y ningún ser humano vende ni compra los cuerpos ajenos.

Donde cada niña que nace tiene el futuro abierto para construirse una vida a base de esfuerzo y voluntad para sacar el mejor partido a su talento, pero sin encontrar obstáculos añadidos y traicioneros. Decidirá sobre la compañía o la soledad que quiera disfrutar, sobre el momento y las circunstancias de su maternidad. Y nadie la juzgará, ni utilizará sus circunstancias personales para vincular su existencia al éxito o al fracaso.

En esa sociedad, las mujeres tienen empleos que les permiten vivir dignamente, acordes con la preparación que han obtenido y las competencias que poseen. Perciben salarios correspondientes al valor del trabajo que realizan, sin ningún tipo de minoración. Y trabajan en aquello que más felicidad les proporciona, porque son las mejores, y se han preparado concienzudamente, sin que haya ningún tipo de asignación de oficios ni exclusión de profesiones.

Las que se lo proponen y demuestran su capacidad, exactamente igual que los varones con los que comparten espacio laboral, obtienen la acreditación necesaria y son jefas, directivas, responsables, gobernadoras, ministras, presidentas. Es totalmente indiferente lo que tienen entre las piernas. Su competencia profesional es más que suficiente para hacerlas ocupar las responsabilidades a las que aspiran.

En esta sociedad hay menores y personas dependientes que precisan cuidados. Y los reciben, de forma inmejorable con la implicación de toda la sociedad, que dispone los recursos necesarios. Hay ayudas, personal cualificado, instalaciones, servicios para garantizar una atención más que suficiente que se aborda como responsabilidad de la sociedad en su conjunto.

En este cuento, las mujeres mueren por las mismas causas que los hombres. Por enfermedades incurables, accidentes€ pero ha desaparecido de las estadísticas el asesinato de las mujeres, como síntoma de una sociedad desigual y discriminatoria que ahora sólo es un recuerdo bochornoso.

Imaginen, que decía John Lennon y lo que es más importante, trabajen por conseguirlo.