Se dice que el verdadero artista nace, no se hace. Y lo mismo cabría decir del verdadero cardenal, no del tradicional y engreído que ha alcanzado la cúspide de su escala eclesiástica gracias más a sus empeños personales que a sus méritos.

Pero nuestro exarzobispo Carlos Osoro será, sin duda, el paradigma de cómo ha de ser un cardenal, tras recibir su capelo el pasado 19 de noviembre. Sencillo, accesible, cercano a la gente, dialogante, servicial y atento a sus problemas e interesado en su solución. En suma, sin barreras protocolarias. Acertadamente apodado por el papa Francisco como el peregrino, tal ha sido su conducta como jefe de las iglesias que ha venido gobernando: Orense, Oviedo, Valencia y ahora Madrid. Y puedo aportar tres momentos anecdóticos dados en nuestra ciudad que corroboran estas virtudes de nuestro inolvidable Osoro.

El primero fue el día de su toma de posesión de nuestra archidiócesis el 18 de abril de 2009 „un mes antes había empezado a estudiar valenciano„ en nuestra catedral a las 12 horas. Como es tradicional, había descansado la noche anterior en el Colegio Jesús y María de la Gran Vía Fernando el Católico. No quiso valerse de coche y con tiempo suficiente salió del colegio solo, dirigiéndose a la catedral a pie, preguntando a los viandantes la dirección correcta cuando le surgían dudas. Yo, sorprendido, me lo encontré en la plaza del Ayuntamiento, reconociéndole por la fotografía que esa mañana aparecía en la prensa; y le detuve para saludarle y felicitarle. Y aún le acompañé un trecho hablando con él sin inconvenientes por su parte y aún con agradecimiento.

El segundo, en una visita personal y privada que hizo a la Iglesia del Patriarca, a la hora del coro, para conocerla. Acontecimiento nunca dado en la historia de la institución. Ocupó uno de los bancos del crucero para los fieles y junto a ellos, rehusando un reclinatorio personal acolchado que le ofrecieron los acólitos al percatarse de su presencia. Y a la invitación de uno de los cantores de gregoriano para que accediera al coro, se excusó: «No sé mucho latín „dijo„ pero cuando acabe el oficio subiré a saludaros».

El tercero fue en un almuerzo de fiesta celebrativa con su presencia, al que yo estaba invitado. Sabedora de ello, una familiar mía me pidió que le consiguiera el número particular de su móvil para hacerle cierta consulta personal. Y es que nuestro monseñor había acudido más de una vez a Benicàssim a comer invitado por un grupo de amigos de esa población castellonense, entre los que se encontraba mi familiar. Y a todos había dado su número por si precisaban alguna vez de algún servicio eclesiástico. «Dile al arzobispo que Milagros, de Benicàssim, ha perdido el número y precisa hablar con él», me recomendó mi allegada. Y así lo hice. Y Osoro, sin objeción alguna, me lo dio.

De Oviedo marchó con una plaza de la ciudad dedicada a su nombre, el título de Hijo Adoptivo concedido por el ayuntamiento y las testimoniales e inolvidables palabras de su alcalde en la despedida: «Ha dejado una huella importante entre nosotros, y es su forma de ser arzobispo, tan cercano y tan humano? Y tengo la satisfacción de tener un amigo papa, porque don Carlos va a llegar a papa». Ojalá que fueran palabras monitorios. Al menos ya es cardenal.