Estamos acostumbrados a hablar de tiempo atmosférico y de clima. Los dos conceptos que han gestado dos disciplinas científicas con una conexión indiscutible: meteorología y climatología. Tiempo y clima son los términos que usamos en la actualidad de forma habitual, asimilándolos en ocasiones de forma errónea como expresiones sinónimas, cuando el primero hace mención a lo inmediato y el segundo a la regularidad de las manifestaciones meteorológicas sobre un territorio.

Nuestro idioma ha manejado dos conceptos, hoy en desuso, para hacer mención a tiempo y clima que valdría la pena recuperar, porque son más expresivos de la sensación atmosférica por parte del ser humano. Son temperie y temple. Y aunque proceden de similar raíz latina, se refieren a la manifestación del tiempo atmosférico diario el primero y al estado más o menos duradero de los rasgos que presentan los elementos meteorológicos en un territorio, el segundo.

En suma, temple hacía alusión al ambiente atmosférico permanente, esto es, al clima de un territorio. La lengua castellana ha manejado estos conceptos, referidos a tiempo y clima, hasta comienzos del siglo XX.

Con posterioridad, se impusieron estos en los trabajos meteorológicos y climáticos de la ciencia española. Eso sí, seguimos manejando expresiones que nos los recuerdan: «estar a la intemperie», esto es, estar al arbitrio de los fenómenos meteorológicos inmediatos o «estar destemplada o destemplado», es decir, haber perdido ese estado medio de confort de nuestro cuerpo en relación con las condiciones atmosféricas. Temperie y temple deberían usarse, de modo tan corriente, como tiempo y clima.