Fueron tan tremendas las manifestaciones de los socios de Ximo Puig cuando los diputados socialistas valencianos se abstuvieron en la investidura de Mariano Rajoy, que cabía esperar un terremoto político en la Generalitat. El escenario evocaba el famoso duelo en un camposanto entre Tuco, El Rubio y El Sentencias al final de la película El bueno, el feo y el malo, cuando los tres se baten, desconfiando cada uno de los otros dos, con la música de Ennio Morricone como compañera del desenlace. Que cada cual identifique a los protagonistas con los políticos.

Antonio Montiel, líder de Podemos, fue el primero en desenfundar. Le reprochó al secretario general del PSPV esa abstención y amenazó con consecuencias. Dijo que el paso del PSOE suponía una pérdida de confianza, asegurando que el tiempo de las palabras había acabado. También su senador Ferran Martínez manifestaba que el Pacto del Botánico corría peligro. En Compromís, el más beligerante fue Joan Baldoví, pero el partido se mostró cauto y no puso en cuestión la continuidad del pacto de izquierdas.

Puig prefirió no disparar sobre sus socios. En la recámara debe guardar asuntos como que fue el propio Montiel quien fulminó de mala manera a Sandra Mínguez en la Secretaría de Organización de Podemos. O que ha sido este partido el primero de la nueva política valenciana en mandar a una diputada (Covadonga Peremarch) al grupo de los no adscritos.

Tampoco quiso descargar sus balas sobre Compromís, cuando podía haber recordado que Jordi Juan, alcalde de Tavernes de Valldigna, tras viajar a Burgos con ediles y familiares incluidos, intentó cargar facturas a las arcas municipales. Como también pudo haber puesto sobre la mesa que Dolores Salas, número dos de la Conselleria de Sanidad, ha tenido que dimitir por presunto enchufismo.

Del arsenal de agravios también podría sacar el empecinamiento de la diputada Isaura Navarro por opositar en las mismas Cortes donde trabaja, o el coste de mantener un departamento de Transparencia con conseller, secretario, subsecretario y directores generales, una estructura que cuesta 500.000 euros, según la oposición. Queda claro que la promesa de limitar los altos cargos ha sido incumplida. Hoy ya hay más cargos en la Generalitat que en la etapa de Alberto Fabra.

Al final, sólo ha habido amagos y por eso la sangre no ha llegado al río; pero tiempo al tiempo. La música de Morricone seguirá sonando. Tan sólo nos falta saber quién disparará primero y quién perecerá en el duelo, si Mónica Oltra, Montiel o Puig. Los supervivientes conformarán la futura izquierda valenciana.