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Micharmut

Nunca he sido un gran fan del cómic. Eso no impide que haya reivindicado, en este mismo espacio en un par de ocasiones, la importancia de los autores valencianos que son referencia para muchos a nivel estatal. Destacar a la figura más importante de esta disciplina, Paco Roca, es relativamente sencillo: para muchos es el mejor, el número uno, la referencia activa más importante que sigue sumando en positivo con cada nuevo proyecto que hace público, que se suman a tantos y tantos que solo han recibido loas.

Estos días he sentido de una forma curiosa la muerte de Micharmut, uno de los dibujantes e historietistas valencianos más influyentes, importantes e inquebrantables que nos quedaban y que nos dejó hace unos días. Esa sensación no ha sido directa. Observar en las redes sociales cómo sus compañeros han sentido sincera y profundamente su muerte sobrecoge y da que pensar. Lo suficiente para darme cuenta de que le brindan cariño a raudales. Su obituario no saldrá en demasiados medios aunque sin duda fue un referente en lo humano y en lo profesional. Se denota sinceridad en cada uno de los reconocimientos que ha recibido a lo largo de estas últimas horas.

Formó un quinteto de lujo en los años 80 junto a Sento, Daniel Torres, Manel Gimeno y Mique Beltrán, siguiendo claramente con su influencia la línea clara franco-belga. Fue considerado hasta su muerte por los expertos vanguardista extremo y adelantado a su tiempo, alguien con un mundo tan propio y particular que costaba convencer a los editores para que se animaran a publicar sus trabajos. Otra gran referencia del cómic, de los pocos que creyó en él con los ojos cerrados, el editor alicantino Paco Camarasa, falleció también hace unos meses.

Criado en lo analógico y contrario a las nuevas tecnologías y medios digitales, terminó sucumbiendo con la creación de un blog propio que le permitió difundir su obra hasta poco antes de su muerte, bautizado bajo el nombre Solo para moscas. Tuvo su difusión. Sus seguidores dejaban comments que abiertamente contestaba una tercera persona, asegurando siempre hacerle llegar esas inquietudes al propio Micharmut. Nadie de su entorno se lo podía imaginar interactuando con facilidad con este tipo de medios de difusión ligados a fuego a las nuevas tecnologías. Algo complicado para alguien que solo creía en su lápiz y en poder plasmar a su manera su propio mundo. Poco a poco lo fue consolidando. Hasta dedicaba una de las secciones a su querido Cabanyal dentro de un epígrafe titulado Cosas.

Se va una de esos artistas de los que quedan pocos. Alguien que jamás podría haber hecho una cosa distinta a la que hizo. De esos a los que todavía nos creemos porque viene de generaciones culturales no viciadas, una de esas joyas que nos dio el siglo veinte y que no entendía la vida, el mundo, el suyo propio sin un lápiz y una hoja en blanco. A pesar de que en un determinado momento el cómic tuvo su industria, hoy es una disciplina generalmente vocacional y de la que pueden vivir de ella solo unos pocos. Él siempre estuvo ahí, puede que incluso sin quererlo. Pertenecía a ella por derecho propio, por talento. En tiempos donde caduca la originalidad, la personalidad, autenticidad o la propia identidad, la figura de Juan Enrique Bosch, o como lo llamaban sus amigos, Quique Micharmut, merece mucho más que algunos textos hablando de su figura. Las cosas como son.

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