E l arte de mirar reside en tomar la distancia justa. El exceso de información, en este sentido, también puede perturbar el juicio. De Podemos y de Pablo Iglesias sabemos demasiado. Pero ahora se trata de ver lo importante. Y lo importante son dos cosas: la primera, que sin él Podemos no tiene futuro inmediato; la segunda, que él se ha equivocado. Quien crea que Podemos tiene un papel fundamental en la política española y europea, debe mantener a Iglesias, pero debe impedir que se equivoque más. De otro modo, Podemos no tendrá futuro, ni sin él ni con él. Sus errores proceden de la propia juventud del partido y por eso tienen remedio si son atajados, pero no, si se construye sobre ellos. En realidad, esos errores son una muestra clara de lo desorientadora que puede llegar a ser la tesis leninista de enderezar el palo golpeándolo en el otro extremo.

Esa política de bandazos (golpea primero a los anticapitalistas y luego a los errejonistas) produjo primero la crisis de la agrupación de Madrid. Y condujo a aquella precipitada rueda de prensa de oferta de gobierno al PSOE, más bien diseñada para que fuera rechazada. Una vez más el palo: campaña moderada, exigencias radicales. Para intentar superar ese error en las elecciones, Iglesias forzó la operación de Unidos-Podemos, una decisión personal y fraguada en las alturas, sin una explicación política seria, lo que hizo que no fuera entendida por bastante gente de IU y de Podemos, dejando retales por el camino de un millón de votos. Como todo esto ha debilitado su liderazgo, Iglesias tiene que asegurarlo manteniendo la alianza con Garzón (que no es IU) y con Urbán (que no es el PC). Pero la política del palo podría volver a funcionar.

Iglesias no ha dado un relato crítico de sus decisiones ni de sus errores y eso es lo peor, no haberse equivocado. Al contrario. Aunque sabe que él influyó con sus gestos en la campaña de Podemos para el 26J, optó por responsabilizar a Errejón. De la misma manera, aunque él determinó la errática política de Alegre en Madrid, se desprendió de él sin un parpadeo, a pesar de ser su amigo. Todos sabemos la condición de posibilidad de la política de bandazos. La omnipotencia del líder. De hecho, es la mejor forma de averiguar quiénes son los fieles en cada momento. Los que traguen con un bandazo, esos serán los míos; los otros, los tibios o traidores. Desde luego, quien posibilite esta política, no deberá quejarse en el futuro. Fue la política que recomendó Monereo en un célebre artículo, cuando Iglesias ya tenía datos del creciente ascenso de popularidad de Errejón. En el bandazo actual, ¿dónde ha quedado Monereo? Esto no es un asunto personal. Es la lógica de una política. Frente a esta realidad, algo es cierto: Errejón no ha dado bandazos. Se ha mantenido firme en dos ideas: que Iglesias es su secretario general y que Podemos vino para transformar el mapa político español de la Transición, no para restaurarlo ab integro con una reedición del tripartito nacional: PP, PSOE y PC.

Esto es lo importante. Podemos es un partido nuevo que no puede dar por concluida su fase constituyente y que tiene que superar sus errores con gallardía. Ahora ha conocido los vaivenes que ha dado su líder, por los que Podemos ha tenido que trabajar en escenarios que no estaban previstos, con tiempos más largos y que, a poco que se contrasten con las previsiones originales, pueden resultar decepcionantes para el Iglesias vertiginoso de entonces. En este escenario, el manifiesto Recuperar la ilusión asume el tono político adecuado y emplea el verbo idóneo. Tras esta experiencia vertiginosa y oscilante, es completamente legítimo votar primero las propuestas programáticas. Sólo ellas podrán limitar la política de bandazos, controlar la inclinación al exceso de poder, impedir equivocaciones que comprometan a la organización completa y al futuro de la democracia española. Todo lo demás se sigue de aquí. Desde el punto de vista humano, es comprensible la autoestima que Iglesias pueda sentir por su propio carisma. Y justo porque se reconoce que es imprescindible, se quiere compensar su liderazgo, de tal manera que no se corran los riesgos de la omnipotencia.

Si Podemos quiere ser un partido y no una cohorte alrededor del vencedor, debería atender las demandas del mencionado manifiesto. Que otro amigo de Iglesias como Alba Rico lo haya firmado, testimonia que nadie de peso en Podemos hablará a favor de la estrategia de Iglesias. Y que Rico haya firmado el manifiesto anticapitalista le brinda una lucidez especial, pues testimonia que los intereses del manifiesto son a favor de la pluralidad y la proporcionalidad, algo que los Anticapitalistas deberían asumir. Si Urbán cree que tiene garantizada una presencia proporcional en Podemos pactando por arriba con Iglesias, es muy posible que se equivoque. Las declaraciones de Iglesias a Cuarto Poder sobre su voluntad de integrar a Errejón están inspiradas en el paternalismo condescendiente. Pero el manifiesto no exige discrecionalidad benevolente. Quiere proporcionalidad política. Urbán no debería contentarse con menos.

Por supuesto que se debería tener una comisión de garantías independiente, que no muestre servilismos de ningún tipo. Y claro que se debería abrir el censo a la participación ciudadana. Pero sólo si se tiene la certeza de definir un modelo de partido claro y maduro, se podrá reclamar esa participación. Nada extiende tanto la paralizante sensación de exclusión e indiferencia como la configuración de cualquier partido como cohorte personal de un líder omnipotente. Eso llevó a la ruina al partido de Suárez, al PCE de Carrillo, y al lento declive del PSOE de González. Ese caudillismo endémico de la política hispana, en el caso que nos ocupa, haría del futuro Podemos un asunto madrileño. Pero el mayor problema político que tiene España es su construcción como Estado federal, y eso no se podrá hacer con un caudillo que hoy se expone al jacobinismo de IU y mañana a las demandas de autodeterminación de Andalucía.

En todo caso, de algo no debe haber dudas. Si se hacen las cosas como defiende Iglesias, entonces se le está dando un cheque de futuro en blanco, más incluso que el que se dio a González cuando aquello de «antes socialistas que marxistas». Ese será el comienzo del fin del alma de Podemos. Que se haga a Garzón portavoz parlamentario o que se vincule el destino de Podemos al PC, ni siquiera es seguro. Y no puede serlo si atendemos a la confusión doctrinal del asesor intelectual de Garzón, el doctor Víctor Alonso. Iglesias sabe muy bien distinguir un batiburrillo de un esquema ideológico. Por supuesto, acerca de la compatibilidad del trotskismo de los Anticapitalistas con los cuadros del PC que dominan en IU, Roures podría dar algunas lecciones históricas a Urbán.

En fin, con estos mimbres, Iglesias tendría las manos libres para decidir su siguiente jugada con el terreno de juego dispuesto para otras reglas que posiblemente él todavía no sepa cuáles sean. En todo caso algo parece indudable. En este escenario, Podemos no se convertirá en un partido capaz de responder a las expectativas de la ciudadanía, ni de hacerse con el saber complejo que debe integrar quien aspire a poner la mano en la rueda del Estado. Por el contrario, si se hacen las cosas como pide el manifiesto Recuperar la ilusión, Iglesias será un líder reconocido e imprescindible, obligado a hacerse cargo de la complejidad de un partido serio. Entonces mostrará cualidades políticas de altura y de futuro, como mediador efectivo e integrador de visiones complementarias. Entonces tendrá genuino poder político, que sólo se mide por las resistencias que provoca e integra, y no por una vaga aspiración a la omnipotencia que requiere un vacío desierto a su alrededor.