Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Las amistades peligrosas

Hace cuarenta años, Gerald Ford, trigésimo octavo presidente de Estados Unidos, no tenía mejores perspectivas en la gestión de la guerra fría y en sus relaciones con los soviéticos que sus predecesores. En 1976, durante la campaña electoral, con Jimmy Carter como oponente demócrata, se preocupó, aconsejado por su secretario de Defensa, un tipo, les sonará, llamado Donald Rumsfeld, de no pronunciar una sola vez la palabra distensión.

Ford, al igual que otros que anteriormente habían ocupado el Despacho Oval, se vio obligado a incrementar el gasto militar de la nación y ampliar lo que los pacifistas llamaban el «potencial de destrucción mutua garantizada», que en inglés „«mutual assured destruction»„ resulta bastante más expresivo por el significado de sus siglas, MAD, es decir loco. La amenaza de que las armas nucleares podían reducir a cenizas buena parte de la Tierra era también la preocupación más importante. En cualquier caso, todos en Washington desconfiaban de los soviéticos.

El deshielo, puede decirse, ha llegado gracias a que la fantasía abrigada por Donald Trump en relación a Vladimir Putin se ha cumplido pero la distensión podría resultar más pavorosa que la amenaza latente de los años de la guerra fría. La inquietud por una alianza oculta entre el presidente electo de Estados Unidos y el zar de la Federación Rusa ha explotado. No hay sólo una mutua admiración entre los dos líderes, también se han establecido lazos inusuales con el Kremlin: con el asesor de seguridad nacional, el teniente general Mike Flynn, y el nuevo secretario de Estado, Rex Tillerson, ejecutivo de Exxon Mobil, que ha invertido miles de millones de dólares en Rusia y recibido un premio de Putin, al que considera amigo personal. La revelación de la CIA de que Rusia pudo haber interferido activamente en la elección de Trump ha ayuda a reactivar la teoría de un pacto en las sombras.

Naturalmente Putin podría tener más de un motivo para querer a Trump de presidente. Razones no faltan: su escepticismo hacia la OTAN, la falta de oposición a las intervenciones militares de Rusia en Ucrania y Siria, etcétera. Pero existe una conexión mayor y es un enfoque común del liderazgo, más duradero que cualquier amistad o conveniencia coyuntural estratégica. Durante su campaña electoral, Trump expresó en varias ocasiones su admiración por la forma en que Putin gobierna. No sabemos todavía cómo van a gobernar el nuevo presidente y su equipo, pero las semejanzas instructivas al estilo Putin asustan: la mentira como mensaje, el acoso a los medios de comunicación, y el interés por encima de la prioridad. Resumiendo, la forma de ejercer el control que tanto le atrae del presidente ruso.

La fantasía que ha alimentado durante todo este tiempo podría volverse pronto realidad, como sugirió Timothy Snyder en New York Review of Books. Según él, Putin es la versión real de la persona que hasta no hace mucho se hacía pasar por Donald Trump en la televisión. Hasta ahora el candidato republicano sólo podía agredir verbalmente a sus oponentes: los opositores de Putin ha sido asesinados. Entre ellos periodistas que no le gustan. De ese mismo oficio que Trump, con su final piel para las críticas, detesta. Pensar hasta dónde puede llevar la idealización del modelo ruso resulta demasiado inquietante.

Compartir el artículo

stats