El siglo XXI, sin duda, se caracteriza por los imparables avances tecnológicos, la internacionalización y el emprendimiento. También porque la formación de nuestros universitarios, sucesores de esta generación de empresarios familiares, se puede calificar de completa, plurilingüe, cosmopolita y formada. ¿Quién no tiene un hijo/nieto que no hable inglés, esté estudiando o finalizado una carrera universitaria y hasta que haya realizado una estancia de estudios Erasmus en el extranjero? Pocos o casi ninguno. Si algo tienen en común los progenitores de la generación de los 60 es el deseo de ofrecer a sus vástagos la mejor formación y calidad de vida posibles. En ellos han invertido esperanzas, mucho dinero y esfuerzos con el deseo de que un día les sucedan al frente de sus negocios familiares.

Esto, que es muy loable, tiene una doble lectura. O dicho de otro modo, sus luces y sus sombras para las empresas familiares. La primera, que los jóvenes sucesores actuales poseen esa excelente, y más completa si cabe, preparación respecto de sus padres y no digamos de sus abuelos. Asimismo, su familiaridad y dominio de las nuevas tecnologías, los idiomas y su internacionalidad les otorga una visión global de su vida, sus aspiraciones profesionales, sus valías y sus vocaciones. La segunda, que todos esos ingredientes y el ambiente reinante hoy en día inspira y conspira hacia el emprendimiento (lo nuevo, frente a la continuidad de lo tradicional) unido a la rebeldía propia de la adolescencia en que se hallan, conforman un coctel molotov que mina y amenaza la sucesión en estas mercantiles. La proliferación de las startups es prueba más que evidente de la vehiculización del talento de nuestros jóvenes y su alta vocación empresarial.

¿Qué hacer? ¿Cómo evitarlo? Se me ocurren varias ideas para aplicar individual y/o conjuntamente, pero todas pasan por la necesaria integración. ¿Cómo? Negociando las aspiraciones de las nuevas generaciones, sus talentos y sus conocimientos que han de servir de complemento e innovación necesaria a la tradicional empresa familiar. A su vez, esta última aportará la esencia de los valores que la consagraron desde su punto de partida y la han llevado al éxito que hoy disfrutan. Y, que dicho sea de paso, ha permitido a sus dirigentes (padres y abuelos de los actuales emprendedores) el pago de su exquisita y cara formación.

Se debe evitar la fuga de talentos en los que tanto esfuerzo y dinero han invertido y también la muerte de la empresa de la familia por imposibilidad de sucesión y que acabe en manos de un fondo buitre, malvendida en el mejor de los casos, cuando no literalmente cerrada en otros. En otras palabras, la integración es la clave del éxito sucesorio empresarial familiar de ambos y para ambos, innovando lo tradicional a través del talento juvenil. La consigna: win-win.

¿Se puede negociar con nuestros jóvenes? Rotundamente sí. Están muy preparados para ello. Lo veo en mis alumnos año tras año. Sólo hace falta hacerlo en su propio idioma, en su lenguaje generacional. ¿Fórmulas? Sin dudarlo: hablar su código y darles a conocer/vivir/sentir los valores tradicionales del negocio familiar desde la objetividad y el aporte de ideas para transmitirles que la integración es la solución a ambas aspiraciones. Para los jóvenes, a fin de permitirles desarrollar sus talentos-capacidades-habilidades con apoyo logístico, moral, familiar y financiero (que tanta falta hace a los jóvenes innovadores) y, a los empresarios familiares actuales, para que lo hagan dentro y en pro del mismo negocio familiar o de la misma familia empresaria.

¿Han de hacerlo siempre los empresarios familiares (padres, madres, abuelos)? No en todos los casos o no solos. Pueden y es aconsejable auxiliarse/apoyarse en externos con habilidades jurídicas y emocionales para esa tarea ya que, en definitiva, somos puentes de comunicación intergeneracional profesionalmente preparados para este apasionado reto que los que nos dedicamos a este campo concreto tenemos por delante.

¿Quién dijo difícil? Instrumentos hay. Si existe voluntad y equipo preciso, no sólo se conseguirá el éxito empresarial, sino la satisfacción personal y familiar transgeneracional que, en definitiva, es la que más llena. ¿Coste económico? Infinitamente menor que cerrar o subastar la empresa pues los sentimientos de fracaso y frustración no tienen puja.

Vale la pena intentarlo. Las nuevas generaciones universitarias (futuros continuadores de las actuales empresas familiares) están llenos de energía, ilusión, entusiasmo, grandes ideas y talento deseosos de aportar y gritar a todos su saber hacer con la contrapartida de sentirse escuchados y valorados. En definitiva, tenidos en cuenta. ¿Y quién escucharía mejor ese grito sino su propia familia y que de este modo todo quede en casa? Aprovechen este best time navideño y hablen entre risas y turrones.