El pasado 4 de noviembre entró en vigor el Acuerdo de París contra el cambio climático, tras haber sido ratificado por al menos un 55 % de los países firmantes (125 de 197 a día de hoy), y sumar al menos el 55 % del total de emisiones de CO2, desde que fue establecido en diciembre de 2015. La ratificación de España se acaba de producir al fin este mes de enero de 2017.

Afortunadamente ha sido rápido (11 meses), pues no hay tiempo que perder. Cada país firmante ahora tiene que poner en práctica sus programas nacionales de reducción de emisiones, y comprometerse a ello, todo con un mismo fin: evitar que la temperatura media de la Tierra suba más de 1,5-2ºC. Es lo que se viene explicando por la comunidad científica como umbral crítico, como el nivel límite para funcionar con normalidad. Este incremento de temperatura va relacionado con la concentración de CO2 en la atmósfera, que tendría por tanto un límite ecológico, y que nos obliga a decidir cuál debe ser la política ambiental a llevar a cabo.

Recuerdo cuando empecé a interesarme en mayor profundidad por este impacto ambiental, ahora mismo el más relevante a nivel global, la concentración de CO2 en la atmósfera ya había alcanzado las 350 ppm (viniendo de 280 ppm de la era preindustrial), hoy ya hemos alcanzado las 400 ppm, y la temperatura media global de la Tierra desde la Revolución Industrial ya ha subido 1ºC.

Objetivo difícil, muy difícil, el que tenemos por delante. Muchos cambios tendrán que producirse. Necesarias, pero no suficientes, son las medidas que ya se están tomando en materia de eficiencia energética: mejoras en el transporte con desarrollo de la movilidad sostenible, aumento de las energías renovables y de I+D, mejora en la gestión de residuos (valorización, aprovechamiento del metano de los vertederos€) Son todas ellas medidas dirigidas a la descarbonatación del sistema, a la economía circular. Pero no son suficientes, la tecnología no va a solucionarlo todo, hace falta algo más, lo que algunos vienen llamando un cambio de paradigma€ es la necesidad de hacer una gran transformación. ¿Cuándo nos vamos a dar cuenta que no se trata tanto de limitar o no limitar el desarrollo económico, sino de una condición ecológica que necesariamente debemos no solo observar, sino tomar en consideración para nuestra propia subsistencia? Esto lo explica muy bien Antxon Olabe en su artículo Los límites ecológicos de la Tierra.

Y los impactos ambientales derivados empiezan a ser visibles y sólidos: 2016 ha sido el año más caluroso desde que hay registros, donde el período de 2011 a 2015 ha sido el intervalo de 5 años más caluroso globalmente según el informe publicado recientemente por la Organización Mundial de la Meteorología (WMO). Pero el problema no es solo la afección al medio ambiente: lo más dramático son las consecuencias sociales asociadas, los más afectados siempre son los mas vulnerables, los que más sufren, como el caso de los refugiados climáticos.

Íntimamente relacionados se establecieron los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas en septiembre de 2015. Son 17 objetivos donde se conjugan las metas ambientales con las sociales, y varios de ellos tienen que ver con el cambio climático. En defnitiva, dos grandes acuerdos en 2015 que nos dan esperanza para el cambio que necesitamos.

Hace unas semanas tuve el privilegio de poder asistir a una charla, nada convencional por cierto, de un jesuita canario que lleva 20 años trabajando en la Amazonía en Brasil con las tribus de indígenas, defendiendo la tierra y la dignidad de esas personas. El análisis que hacía en esencia era alertar de como los seres humanos nos hemos desconectado de la madre Tierra. Solo vemos los recursos de la misma con la visión de explotarlos para obtener los beneficios correspondientes, y nos considerarnos propietarios de los mismos, somos depredadores. Su mensaje era claro: relación de reciprocidad con el entorno, dependencia de una selva (la nuestra del norte) que sin la otra (la del sur), no tiene solución: todo está conectado, conectividad con la madre Tierra que ellos, los del sur, tienen y nosotros hemos perdido hace tiempo.

Volvemos al principio, al cambio climático. Una vez ratificado el Acuerdo de París, ¿ahora qué? ¿Vamos a ser capaces de volver a esa conexión con la Tierra para lograr esa transformación? No estoy seguro; muchos dicen, desde una visión pesimista, que los impactos negativos que tengan que ocurrir ocurrirán más tarde o más temprano€.p ero desde luego hay que tener esperanza. Se ha publicado recientemente que la economía mundial creció en 2016 sin aumentar las emisiones de CO2, que más de 20 países de las principales economías han disociado ya el crecimiento de su PIB del de los niveles de CO2. Vamos a ver, este es el mayor reto de todos, para este nuevo año y los próximos.