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Una imagen patética

Las declaraciones del exjuez Santiago Vidal, ya exsenador de Esquerra Republicana, el paripé de alquiler montado por Puigdemont-Junqueras-Romeva en el Parlamento Europeo y el toque de corneta para arropar masivamente a Artur Mas en su próxima comparecencia como imputado ante el Tribunal Superior de Justicia catalán, pintan un paisaje crepuscular para el referendum sí o sí de septiembre, antes de una Diada también declinante, cuyo público fijo u ocasional está cansado de repetir año tras año la misma reivindicación sin el menor avance. Se une a ello la sostenida caida del anhelo separatista que detectan las encuestas CEO de la Generalitat, a posibles resultas del rechazo causado por la minoría CUP, que pretende dirigir los destinos de siete millones de ciudadanos con la única arma del chantaje político. Todos los catalanes son rehenes, y ya empiezan a darse cuenta.

Si se verifica la acusaciòn de Vidal sobre el conocimiento ilegal de los estados fiscales de toda la población, el asunto es gravísimo. La culpa no se agota en la posesión delictiva de un censo electoral. Se extiende a la potencial capacidad de presión o extorsión que abre el hecho de violar el secreto restringido al sujeto fiscal y el Estado, con todas las derivadas de inseguridad jurídica. Y la retenciòn, camuflada en los presupuestos, de 400 millones de euros para cubrir los costes de la ilegalidad inconstitucional que sería el referendum, describe un monumental delito de prevaricación y malversaciòn, base suficiente para aplicar el artículo 155 de la Constituciòn y convocar elecciones en Cataluña.

El desairado paso por el Parlamento Europeo, con los triunviros despreciados por las autoridades comunitarias de primero, segundo y tercer nivel; la mísera repercusión en los medios de la UE; los ineficaces pelotones de presión que acompañan a los líderes hasta los tribunales; las negativas encuestas de fuente propia o ajena; y la rabia contenida ante la prepotencia inflexiblde de la CUP, todo esto emite un patetismo que la imagen de Cataluña no merece. Pero el tiempo corre y negociar las alternativas que ya propone el Gobierno de España exige preparación política y mentalización popular. El tiempo es el bien más escaso de todo cuanto vive. Malbaratarlo en quimeras es una forma prematura de morir.

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