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Un valenciano de película

El eco de los Premios Goya es también alargado. Todos han estado dispuestos a poner su granito de arena en la montaña de comentarios. Y yo me he contagiado. Porque se ha hablado mucho de los vestidos que se lucieron, pero nada (que yo haya visto u oído) de los maquillajes de nuestras estrellas, estrellitas y estrellazas. Ya sé que, pensando en los focos y las cámaras, conviene exagerar un poco. Pero esta vez creo que la exageración se pasaba de rosca. Vi muchas caras femeninas convertidas en aquellas muñecas «peponas» de cartón con las que jugaban nuestras abuelas. «Fond de teint» espeso empañando la piel del rostro como una cortina opaca, ojos agobiados de sombras y pestañas conglomeradas, mejillas surcadas por mareas rojizas€ Un exceso nada favorecedor. La única que puede permitirse un maquillaje generoso „pero no caricaturesco„ es Penélope Cruz. Por dos razones: una, porque ha sido y es su estilo habitual. Y dos: porque ella puede hacer lo que le dé la gana con su cara y su cuerpo. Es un bellezón de tales dimensiones, que saldría indemne hasta de un disparate. Y así estaba Pen, resaltando curvas y piernas con su elegante Versace negro, guapa a rabiar.

Dicho esto, mis preferencias se inclinan hacia las que eligieron un maquillaje mínimo (al menos, poco perceptible) dejando apreciar la textura, incluso los brillos de la piel. Por ejemplo, las estupendas actrices Emma Suárez y Bábara Lennie, bien decoradas y bien vestidas, cada una a su manera. O Cayetana Guillén Cuervo, que no temió oponerse a los escotazos imperantes (muchos, mal escogidos) con un vestido de manga larga cerrado hasta el cuello, que lo fiaba todo a la belleza del tejido bordado y a la pureza de su línea.

Y aquí viene lo que quiero resaltar: el valenciano que fue uno de los protagonistas de la noche, aunque opino que no se haya subrayado su labor como debiera. Activa a todo lo largo de la gala, la intervención de la Film Symphony Orchestra fue decisiva, con fanfarrias e ilustraciones humorísticas cuando procedía, o interpretando fragmentos y arreglos de las bandas sonoras apropiadas. Su director, el excelente músico Constantino Martínez Orts, tras largos días de ensayos agotadores que llegaron a más de diez horas seguidas la víspera del Día D, consiguió que la aportación sinfónica sonara con justeza y encanto en los momentos deseados, haciendo valer el importante papel de la música en el cine y en la vida. Martínez Orts se marcó, además, un éxito personal, revestido de una túnica talar que ha suscitado asombros y elogios innumerables. Es un valenciano «de película».

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