La frase de la semana la pronunció Mariano Rajoy: «Somos reformistas, pero a nuestro ritmo». Una frase así resume la ciencia política de la gobernación conservadora española desde hace siglos. Como tal, revela el arcano de lo que en términos gramscianos se caracteriza como revolución pasiva. Los grupos privilegiados españoles retardaron las reformas del Conde Duque, de Macanaz, de Campomanes o de Mendizábal, y se enfrentaron con éxito a las revoluciones activas de la república catalana del siglo XVII, de la primera y de la segunda repúblicas españolas. Un ejemplo: un siglo después del movimiento federal, la derecha concedió el Estado autonómico. De un modo u otro, como lo muestra el canovismo, las derechas fueron un muro de contención que adaptó los cambios al momento en que ya no eran peligrosos para sus intereses. Es curioso que justo ahora, y por boca de Rajoy, se produzca la autoconciencia de ese pasado. Es el signo más preciso de que estamos ante una política exitosa.

Cuando el máximo representante de las capas conservadoras españolas se atreve a revelar el arcano de la propia hegemonía, es que se siente muy seguro. Contra todo pronóstico, desde luego. Rajoy estuvo en la cuerda floja durante un año, sostenido sólo por tener el trasero pegado al sillón de Moncloa. Si lo hubieran sacado de allí, la descomposición del PP habría sido fulminante. Con la corrupción que atravesaba el partido de arriba abajo, habría gritado el «sálvese quien pueda», y el partido, que es solo una práctica sin ideología, habría caído en barrena. Pero las fuerzas de izquierda no fueron capaces de darse cuenta de que sólo acabar con Rajoy podría abrir un escenario de novedad política y producir un momento de reformas no dictado por la lógica del PP, que como ahora sabemos consiste en retrasarlas hasta que sean inocuas. Aquel momento de Rajoy, el peor de todos, ha pasado. Quien temía ser citado ante los tribunales, ahora quizá tenga décadas de poder ante sí. A esta especie de milagro se debe que Rajoy haya aparecido emocionado ante los españoles. Ya se sabe, uno al final se acostumbra a los milagros y Rajoy, en un rapto de autoconciencia, ha reconocido por fin que no es un robot, sino una persona.

Eso, exactamente eso, la seguridad de su hegemonía, se la debe a los errores de Pablo Iglesias. Fue su órdago para obligar al PSOE a no pactar, y forzar las nuevas elecciones, lo que nos ha traído hasta aquí. El error fue doble: consistió, primero, en aspirar a la hegemonía „que requiere regímenes presidencialistas„ y segundo, en hacerlo antes de destruir la vigente, basada en profundas inercias históricas. Que España es un país con dificultades para administrar sus asuntos políticos se aprecia tanto en que, frente a todo pronóstico, Rajoy haya atravesado la mayor crisis de la España democrática, provocada en buena parte por su propio partido, como en que los militantes de Podemos hayan premiado a Pablo Iglesias y su errática política con la Secretaría General de Podemos, a pesar de haber contribuido de forma decisiva a prolongar la hegemonía de la derecha española. La segunda oportunidad de acabar con ella, que era dar la mayoría a Íñigo Errejón, se ha frustrado por la inclinación de los militantes de Podemos, apegados a un carisma aparente, mediático y estéril.

El coste de este absurdo político pesará como una losa en toda la presente década española. El discurso final de Iglesias vencedor muestra su incapacidad de hacerse cargo de la realidad. Ha dicho que los partidos de la Restauración se enquistan y se enrocan. No lo parece. Se diversifican y se renuevan con C´s. Por su parte, la efusiva Dolores de Cospedal ha defendido otra cosa muy diferente y mucho más verosímil: van a buscar la mayoría social que han perdido y recuperar los votantes que le retiraron la confianza. No sé a qué le sonará a Iglesias. A mí me suena a pasar a la ofensiva. La corrupción endémica no hará pagar al PP más costes. La hipótesis que sostenía al grupo de Iglesias, que la situación española estaba al borde del volcán en que estuvo en los años pasados, no era sincera. Ha servido solo para distinguir a los que se plegaban al discurso del líder. De este modo han vencido sin tener razón, y lo saben.

España no necesita solo salir de la crisis. Necesita reformarse de arriba abajo. Eso no se ha tocado en Vistalegre II. En realidad, lo que hemos visto en Podemos en estos meses se podía haber evitado. Si no se ha hecho es porque la incompetencia y la debilidad se adueñaron de la situación. Algún día se escribirá la genealogía de este proceso. Pero hoy es difícil escapar a la impresión de que su secretario general ha producido un grave deterioro en la vida interna de Podemos. Ha sido su poder discrecional el que ha querido cambiar la máquina que lo aupó en medio del partido; su inseguridad y su debilidad, las que lo han llevado a buscar continuas reglas plebiscitarias; su inmoderación, lo que lo ha llevado una y otra vez a ser un secretario general parcial en los procesos electorales. Ha sido su sentido sectáreo de la fidelidad lo que ha permitido que un resentido Juan Carlos Monedero siembre cizaña por doquier. Y lo peor de todo, ha inducido el caos interno llevado por su propia pasionalidad que, sin atender ni reconciliarse con las cosas reales enojosas, menores para él, las ha dejado en manos de personas impulsivas. Bajo su dirección, Podemos presionará desde fuera el sistema, pero no producirá esa impronta articulada y transformadora a la que aspira toda gran política.

Lo más triste de todo esto es que un líder sereno, tranquilo, con seguridad en sí mismo, sin tener que acreditarse ante su conciencia con autoafirmaciones que compensen las desoladoras inseguridades, sin tener que fortalecerse mediante el expediente de un fortín de incondicionales, habría evitado este espectáculo. Si a pesar de todo se ha llegado hasta aquí, es porque no se penetró con la suficiente inteligencia en las realidades que se levantaron con todo el aspecto de un destino inevitable. Pues en realidad, Iglesias sabe que Errejón es el único de Podemos que ha pensado un camino político nuevo, sabe también que no hay otro camino y que él no lo puede transitar solo. Todo lo que ha hecho ha sido producir una crisis con la idea de reducir la importancia de Errejón en Podemos. Pero tendrá que llevar adelante su misma política. Ésta sin Errejón no es creíble y no arrancará ningún aplauso. No lo hará entre los errejonistas, pero sobre todo no podrá hacerlo entre su propia gente. Pero si sólo puede hacer esa única política con Errejón, ¿a qué ha venido todo esto?

Mientras tanto, lo que al final se ha conseguido es hacer de Podemos un partido más parecido a cualquier otro: unanimidades, jerarquías inflexibles, personalismo y un verticalismo estéril. Y sin embargo? Podemos es un partido joven y con futuro. Este congreso de Vistalegre II es sólo un paso atrás porque ha triunfado lo fácil, lo convencional, lo visceral. La oportunidad de que acabe triunfando lo que necesitamos, un partido que modernice las estructuras del Estado y de la sociedad desde una perspectiva progresista y popular, se ha retrasado, pero no se ha quebrado. Hay muchos en esa ejecutiva que saben que ese es el destino. Todo tendrá que reajustarse. Si se deja atrás el espíritu sectario y se impone la cooperación y el aprendizaje en común, esa minoría aún tiene mucho que decir. Iglesias ha ganado la batalla y no sería comprensible ahora en él una política celosa de su liderazgo. Lo que estamos esperando de él es una capacidad de aprender. El dolor inmenso que ha tenido que padecer, viendo cómo muchos de sus más íntimos amigos lo han abandonado, es un precio demasiado alto para que sea un dolor estéril. Es la tragedia de la política. Ahora se trata de redimir ese dolor. Pues no hay nada menos soportable que un dolor inútil.