Leí hace poco una frase que me llamó la atención y cuyo autor no recuerdo: «La mujer no está en su sitio y el varón está descolocado».

Me pareció acertada. Porque refleja, en mi opinión, algo que está sucediendo. No sabría decir, sin embargo, cuál es el sitio de la mujer; pero lo que si compruebo es que el varón está bastante descolocado. Ciertamente sucede que estamos en un período histórico de transición. Pero me preocupa lo mucho que dura y el hecho de que la mujer no acabe de situarse. No es una cuestión del «machismo imperante» como quizá alguno con cierta simpleza trate de explicarlo. Me parece que las razones son múltiples y que básicamente están en el campo de la mujer.

Hemos de facilitar que la mujer encuentre su sitio; y, en este sentido, es preciso favorecer la conciliación familiar: que la mujer pueda trabajar a la vez que atiende a su familia. Las leyes, en la medida de lo posible, cada vez son más «comprensivas» con esta situación; pero no es solo una cuestión legal. Hay que ayudar al reconocimiento social de la maternidad, incluso las opciones en las que la mujer prefiera dedicarse a la crianza de los hijos. Sobre todo ahora en el que nos abismamos al invierno demográfico. Ayudar es que la mujer no tenga necesariamente que optar entre el dilema de su carrera profesional o la maternidad. Este desajuste, por injusto, no favorece a la sociedad y hay que corregirlo, para que quien quiera pueda hacerlo compatible. Ciertamente, la maternidad supone un recorte profesional, pero en la sociedad del conocimiento esto ya no es una barrera insuperable.

Aún en el caso anteriormente descrito, la cosa, desde mi punto de vista, no estaría del todo resuelta. Hay más. La mujer tiene que ser ella misma: no se trata de emular al varón. Ni tampoco dejarse arrastrar por una ideología tramposa en la que lo único que cuenta es una tendenciosa «liberación» de la mujer, destruyendo su papel plenamente femenino. Porque la mujer es y sigue siendo el bastión que consolida y sobre el cual gira la vida familiar y con ella la vida social: no podemos olvidar que la familia es el ámbito de socialización por excelencia. Si se descuida, tendremos algún que otro hijo, pero, en cualquier caso, huérfanos, «niños de la calle», aunque estén atiborrados a juguetes; y todavía es más penoso que vengan a este mundo para rellenar las carencias afectivas de los adultos. Es la mujer, como bien lo aborda Álvaro Pombo en su novela homónima, el metro de platino iridiado, la medida de todos nosotros. Si ella se desvanece, todos quedamos descolocados. Porque la verdad sea dicha, el varón es bastante inútil.