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Fue en Barcelona

A veces puede más un puñado de cantantes que una docena de ministros. Los maestros, los poetas, la gente común, arrebatada por su propio sentido de la justicia porque no es lo bastante cínica para dejar de buscarla, pueden cambiar completamente la política. Me refiero a la manifestación de Barcelona de este último fin de semana, un acontecimiento caldeado por los músicos mestizos de esa gran ciudad (su literatura, también lo es, mestiza, al menos la buena) y por ese himno, definitivo, que es el Mediterráneo de Joan Manuel Serrat (los que no entienden por qué Bob Dylan tiene el Nobel pueden ahora reflexionar sobre la canción perfecta, que a menudo se escribe con renglones torcidos). Esa manifestación por los refugiados ha tenido eco en todas las capitales europeas. Más que en Madrid, por supuesto.

A lo que iba. Llevamos unos cuantos años de guerra indefinida y global contra el terrorismo que, naturalmente, no es eso y no se atreve decir su nombre. A veces nos hemos resistido a esas hazañas bélicas y otras nos las hemos tragado como si fueran una continuación de las primaveras árabes: un luminoso advenimiento de la democracia patrocinado por los halconeros del desierto arábigo. Algo no casa, pero mientras tanto, de Libia a Afganistán, no hay ni paz ni orden, ni un simulacro que se les aproxime y nosotros somos quienes lo pusieron todo patas arriba. La resaca de esas guerras, arroja a nuestras playas a los ahogados, como gacelas «con una siempreviva en la garganta».

La mani de Barcelona es importante porque va a contrapelo de las tendencias europeas al repliegue y la desconfianza, al fascismo más o menos disimulado (ni Berlusconi lleva camisa parda). Un solo país como Canadá (perfectamente homologable con cualquier país europeo) ha acogido a más sirios que Italia, España y Francia juntas. Solo Alemania destaca por su capacidad de asilo (y por ser un referente moral). Esas guerras son nuestras porque nosotros elegimos a quienes las declararon y todo el poder (y la responsabilidad), en una democracia, pertenece a la gente.

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