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El puerto de Valencia y los privilegios en la estiba

Uno de los más graves errores cometidos por Valencia en las últimas décadas ha sido la mala planificación de su puerto. Atenazados sus directivos por los inconfesables intereses de algunas empresas, el puerto de Valencia ha crecido erráticamente de un tiempo a esta parte y sin una visión amplia de las necesidades tanto territoriales como económicas de su franja litoral. Con tan alicortas miras no es de extrañar que nadie tuviera ganas de solucionar problemas más concretos como los sobrecostes de la estiba, la inoperancia de la Zal o la falta de conexiones ferroviarias.

En vano reflexionaron sobre la Valencia marítima Juan Pecourt y Juan Luis Piñón, presentó el reconocido urbanista alicantino Alfonso Vegara a Zaplana la Ruta Azul -sustituida por una fantasmal Valencia Costa Norte-, o el genial sociólogo José Miguel Iribas, al que tanto desaprovechara esta tierra, se desgañitó proponiendo el desarrollo de Sagunto como eje logístico frente a la urbana capital valenciana que Jean Nouvel e Ignacio Jiménez soñaron de mayor calidad paisajística. Los lobbys portuarios, la impericia de la clase política y el desinterés académico -salvo la conciencia presente del geógrafo Josep Vicent Boira- impidieron actuar con sensatez.

Por el contrario, el negocio del puerto de Valencia ha consistido estos años en apilar contenedores en un espacio de alta sensibilidad y valor ambiental como el que circunda Nazaret y el litoral del parque de la Albufera, y en acumular inversiones estatales en infraestructuras tan caras e innecesarias como la construcción de nuevos espigones en aguas profundas, poniendo en riesgo, por lo demás, el frágil equilibrio de los arenales del Cabanyal y del Saler. El nudo estratégico de Sagunto, en cambio, era abandonado a su suerte. El día que Valencia sea capaz de articular un intercambiador nodal de carreteras, ferrocarriles, puertos y aeropuertos en el enclave saguntino «la economía valenciana será imbatible», Iribas dixit.

Por fortuna, y a cuentagotas, la situación ha empezado a revertir. El anuncio de la instalación de un gran centro logístico de Mercadona en el polígono de Port Sagunt ha desbloqueado el desarrollo del mismo, al tiempo que la ciudad ha exigido, al fin, la ejecución del añorado jardín-colchón de Nazaret que el puerto se comprometió a llevar a cabo hace más de veinte años. Empieza a dudarse también de la viabilidad de la Zal, y el costosísimo acceso norte al puerto ha sido, por fin, desestimado, anunciándose las necesarias inversiones de mejora del ferrocarril a Teruel para conectar con la plataforma logística de Zaragoza así como una remodelación, esperemos que inteligente, de la estación de la Fuente de San Luis. En otro orden de cosas se han dado a conocer planes de implantación en las dársenas de nuevas empresas -de Play Station a una cervecera- y de una terminal vistosa para Baleària, cuyo empuje en dirección a las islas estaba apartado hasta la fecha en una especie de descampado portuario. Tres grandes empresarios, Roig, Boluda y Utor parece que se han puesto al frente del espacio marítimo, ¡ya era hora!

Mientras tanto ha estallado el conflicto de la estiba, una situación previsible dado el encarecimiento que a efectos competitivos supone el actual estatus de los trabajadores del puerto. Lejos han quedado las estampas decimonónicas de los jornaleros descargando sobre sus espaldas los grandes sacos de yute repletos de mercancía o del indomable estibador de La ley del silencio -Marlon Brando sangrando por la nariz por negarse a las prácticas mafiosas del jefe del sindicato. Los estibadores de hoy en día manejan unas sofisticadas y carísimas grúas con las que son capaces de descargar un buque de contenedores en un tiempo récord. Son obreros, sí, pero altamente especializados y con una gran responsabilidad. ¿Merecen sus altos salarios?

Siempre que esos salarios estén vinculados a un alto rendimiento productivo creo que no tienen por qué ponerse en cuestión. Los buenos profesionales han de estar bien remunerados: tanto aquellos que requieren una compleja formación universitaria -médicos, farmacéuticos, arquitectos, ingenieros€-, como los que desarrollan un oficio con las debidas garantías, cualificación y seguridad, desde estibadores a fontaneros, electricistas o cocineros y sumilleres ahora tan de moda. A los profesionales hay que exigirles pero también pagarles como en su día preconizó el filósofo Bertrand Russell, quien tras desilusionarse con la revolución leninista optó por una democracia radical y basada en los gremios.

Ahora bien, que se remunere estupendamente a los estibadores nada tiene que ver con los privilegios que, al parecer, se han ganado a base de huelgas y amagos de presión, gracias a los cuales es el sindicato el que regula el acceso restringido a la profesión, incitando al nepotismo. No solo ocurre en la estiba. Este es un país donde a la que uno se descuida afloran favoritismos por doquier. La práctica clientelar es común de la clase política y sindical sin distinción de ideologías, el amaño de los supuestos concursos de méritos resulta un escándalo, como el amiguismo en las contrataciones así como la endogamia entre, incluso, catedráticos de universidad o jefaturas del funcionariado en las administraciones públicas en su conjunto. El problema de fondo es que la meritocracia sigue siendo una de las grandes asignaturas pendientes de este país, apasionados como somos de la influencia tribal y el enchufismo.

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