Las heladas en zonas costeras y los grandes temporales de viento son, seguramente, las facetas más temibles de febrero desde un punto de vista meteorológico. Los contrastes que muestra el mes en el que estamos de un año a otro (a veces glacial, otras muy cálido) le han granjeado el famoso refrán de "Febrero, el loco".

Ayer, precisamente, muchos recordábamos, 28 años después, el gran temporal de viento del 25 de febrero de 1989, que afectó a la mayor parte de España pero tuvo su mayor impacto en la ciudad de Valencia, donde fallecieron 5 personas, tal como recogía la propia portada de Levante-EMV del día siguiente. Aquel sábado por la tarde resultaba difícilmente creíble un paisaje urbano en el que lo más llamativo eran decenas de azoteas incandescentes, en las que el viento tumbó las antenas y éstas estuvieron horas chisporroteando amenazadoramente. Muros, vallas y viejos edificios se vinieron abajo por la persistencia del temporal, que en los observatorios meteorológicos de Viveros y Manises dejó constancia con decenas de rachas superiores a los 100 kilómetros por hora.

En el primero de ambos la racha máxima fue de 117 kilómetros por hora, que se mantiene actualmente como récord. En el aeropuerto se llegó a 139, que pese a no superar el récord de 153 de enero de 1978, nos habla de valores excepcionales. La responsable fue una profunda borrasca centrada en las islas británicas. Los vientos que empujaba, de componente noroeste, tuvieron un efecto de canalización en la cuenca del río Turia.