La muerte de Pablo Ráez, el chaval de Málaga que logró que aumentaran las donaciones de médula por su campaña en las redes sociales, ha puesto de acuerdo a toda la prensa a la hora de escribir sus titulares. Perder un enfermo siempre duele, pero el reconocimiento unánime a este atleta con leucemia viene, en parte, por su gran contribución social. Por recordar esa conciencia solidaria que hace que uno no gire la cara cuando otro tiene un problema y se arremangue. En su caso, un millón.

Nos hacen falta héroes. De los que existen más allá de la gran pantalla. De los de verdad. Contaba esta casa la semana pasada que el ángel de la guarda de la A35 volvía a auxiliar a cinco víctimas de un accidente. Este hombre, un guardiacivil de Càrcer, rescataba estando franco de servicio, en apenas dos meses y medio, en la misma autovía, y por tercera vez, a los heridos en una colisión. Hay personas que llevan consigo ser extraordinarias.

Y también hay personas que en el ánimo de hacerlo bien, se les va de las manos. Una noticia del domingo denunciaba que un joven de 24 años había descalabrado al padre de su novia, una menor de 16 embarazada de cuatro meses, provocándole graves heridas en la cabeza, después de que el hombre golpeara a la chica en la tripa para que abortara, además de insultarla. El peligro al leerla es justificar el daño. Como en el caso de Daniel Cortés, de 38 años, quien agarró una escopeta de largo alcance y mató a su padre la madrugada del pasado lunes en Cáceres. Desde entonces, sin arrepentimiento, duerme en prisión. Alega que no podía aguantar más los malos tratos que sufría su madre en su casa. «Ahora puede descansar», afirmó el parricida.

Si la corrupción no hubiera asaltado las alfombras institucionales, si no se escuchara que en política no se sube por la capacidad de trabajo sino por caerle bien al jefe, como se presumía en un corrillo de un congreso madrileño celebrado hace nada, habría esperanza. Y por ello, ante un deterioro tan brutal por parte de las instituciones, cabe preguntarse si esos salones por los que pisan a diario los políticos van a dar soluciones o a seguir igual que ayer. Porque si es necesario que cinco mujeres estén soportando una huelga de hambre en Sol desde hace 20 días, ante la pasividad de medio mundo, para protestar por la violencia machista mientras la cifra de la vergüenza crece cada día de manera insoportable o mientras alguien decide tomarse la justicia por su cuenta, nada cambia.

Si se permite en les Corts que se grabe por los pasillos con total impunidad, mal vamos. Si lo que se lee en papel es un concejal denunciando al aire presiones y ofertas de cheques en blanco mientras sus compañeros de partido hacen trampas en las reuniones privadas, ¿qué confianza ofrece la política? Y si no es la política la que se pone a dar las soluciones a los problemas de la calle, si las personas necesitamos cada vez más héroes que nos rescaten fuera de esos pasillos, hay que replantearse con qué modales se gestiona. Y porqué está ahí cada uno.