Hay estúpidos que hablan en blanco y negro, con el dogmatismo simple de que al pan hay que llamarlo pan y al vino, vino. Así, vestidos con esa rotundidad inamovible de que lo que no es cara, es cruz, se olvidan de que hay pan de centeno, integral, de espelta, pan de cuarto y hogazas, pan de molde y torrijas; por no hablar del vino blanco o tinto, del espumoso o moscatel o, ¡válgame dios!, rosado. No: admitir esa diversidad sería manipulación de escuela, ideología incompatible con las verdades como templos o como puños. Dos y dos son cuatro. Dicen, además, que a esta gente que no piensa (porque pensar es pensar en lo uno, en lo otro y en lo de más allá; en eso, esto y aquello; pensar también en lo que otros piensan) les mueve el espíritu misionero de imponer la verdad a todos a golpe de espada o de camión y que, también, les mueve al amor cristiano, aunque se vista de odio, ofenda y duela. Así que, repitan conmigo: «los niños tienen pene», «las niñas tienen vulva» y «que no te engañen»: «si naces hombres, eres hombre» y «si eres mujer, seguirás siéndolo». Y es así porque así es o porque sí, como el que nace con una flor en el culo: poco importa que nieguen la realidad, la existencia de otras realidades o de la realidad realmente existente, o que renieguen de la objetiva diversidad: no toleran otros modos de vida. Pero al vicio de la intolerancia le llaman virtud de la libertad de expresión. En fin: tampoco es moco de pavo que los que siempre hablaron, adoctrinaron y sermonearon se hagan llamar Hazte Oír y que los silenciados deban seguir callando.

? Parece razonable que el analista». guarde una cierta distancia con aquello que analiza y que facilite una cierta aproximación a la objetividad imposible. Vamos: que no se debe ser juez y parte, pirómano y bombero. Así, por ejemplo en contra, cuando por motivo de la publicación de un libro, se le hizo una entrevista a García Sentandreu, éste declaró: «La batalla de València está a punto de reeditarse; se está cociendo una muy gorda». El entrevistado, que es cocinero y que aporta parte de los ingredientes de lo que «se cuece», adopta sin embargo el impersonal del analista, como el que murmura sin parar para poder decir «se dice» y yo no he sido. Otro que tal es el popular Alberto Mendoza, en campaña permanente contra las medidas del responsable Grezzi (grazie, Grezzi) para regular, pacificar y humanizar descochificando la movilidad en la ciudad. Sostiene Mendoza que «todo el mundo está cabreado». Uno, sin embargo, no lo percibe así, aunque le reconoce el mérito de intentarlo sin descanso; quiero decir: de que todo el mundo esté cabreado. ¡Hasta yo, un poco pánfilo, estoy cabreado!