Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Alta cultura y ruzafismo

Las nuevas autoridades públicas han accedido a sus responsabilidades sin ideas claras acerca del propio concepto de cultura. Y eso se nota en el desamparo que viven los grandes centros culturales valencianos.

Un viejo y entrañable amigo, muy buen escritor, me habla de la «nueva cultura del ruzafismo». Ha acuñado ese término para describir un estadio vital más que una verdadera cultura. Dado que la cultura también tiene esa acepción, en un sentido más cercano al concepto afrancesado de civilización, no hay nada de anómalo en su definición salvo la carga irónica de la misma. Hablamos, pues, de una determinada forma de vida, un costumbrismo.

Con ruzafismo, mi amigo se refiere a la cultura del pub o garito del barrio de moda en Valencia, donde abundan los locales para jóvenes con música de ambiente y en cuyas paredes se suele colgar alguna muestra de obras de un artista novel, incluyendo collagistas e ilustradores. Algunos de esos locales están dedicados a personajes literarios, incluso densamente literarios como Pessoa o Joyce. Los días de inauguración de expo los garitos se llenan hasta la bandera y suele haber cerveza gratis para todos. El vernisage cultural dura varias horas mientras se pega la hebra en plena calle y se fomenta el ligoteo.

Como ocurre en algunos pubs o cafés de Inglaterra o Estados Unidos, en Holanda también, los nuevos locales de Ruzafa cuentan con una pequeña biblioteca con libros de bolsillo, cómics, algo de prensa y revistas, generalmente alternativas, con mucho grafismo y contenidos diversos. Por desgracia, hay más envoltorio que conocimiento en esta pose juvenil en torno a la cultura. De hecho, hace escasos días me acerqué hasta la librería Bartleby, en el corazón del barrio, donde presentaba su último libro un escritor de verdad, el joven novelista Ignacio del Valle, una de las firmas estrella de la editorial Alfaguara. Éramos cinco o seis personas, los pubs de alrededor, algunos con nombres de famosos intelectuales, estaban a rebosar.

El ruzafismo ha existido siempre, no es ninguna novedad, salvo quizás que ahora la parafernalia cultural está más de moda, es más políticamente correcta. El barrio del Carmen en los 70 y 80 fue un precursor del ruzafismo, con más drogas, rock&roll y antifranquismo que literatura. Lo fue Malasaña en el Madrid de la Movida, donde emergió buena parte de la nueva música y la nueva plástica española, o el Borne teatrero y situacionista en la Barcelona de los 80.

Nada hay de malo en el ruzafismo, salvo los problemas de saturación de locales con las molestias de ruido y sobreabundancia de transeúntes y algún que otro clochard. Los barrios con alta concentración de esparcimiento juvenil suelen dar calor y color a nuevos creadores, y en su desarrollo alumbran sus particulares renovaciones creativas. Los barrios ya citados y otros más universales como Montmartre, Montparnasse o Clichy, Bloomsbury, el Soho, Notting Hill o Candem, el Greenwich Village y su Meatpacking? han hecho historia en la cultura del siglo XX, y en el momento presente hay cientos de barrios cool en otras tantas ciudades dinámicas en los cinco continentes. No se apuren, hay un Ruzafa en cada ciudad que se precie en este mundo; busquen en internet y los encontrarán.

Ahora bien, las distorsiones del ruzafismo y la cultura se producen cuando se confunden los términos. Está ocurriendo ahora mismo en València, donde las nuevas autoridades públicas han accedido a sus responsabilidades sin ideas claras acerca del propio concepto de cultura. Autoridades jóvenes e inexpertas que han confundido el ruzafismo y los festivales alternativos con la cultura, y para quienes los grandes museos, la ópera, las orquestas sinfónicas o las agrupaciones de músicas antiguas o experimentales, las compañías teatrales, el coleccionismo público, la edición de catálogos o libros de referencia son poco menos que artefactos marcianos, supuestos valores heredados de la cultura burguesa cuando no reaccionaria y cuya continuidad no saben muy bien si potenciar o simplemente sobrellevar.

Y eso se nota en el desamparo que viven los grandes centros culturales valencianos, donde la única ocurrencia de la nueva Administración ha consistido en sacar a concurso cuanto pueda convertirse en un democrático ejercicio de honesta claridad, independencia y pluralidad igualitarista. Nada más lejos de lo real. Sin un proyecto o línea de actuación, sin ideas al respecto de lo que ha de entenderse por alta cultura, el rumbo del tripartito en este campo no ha podido ser más desnortado hasta la fecha.

Todo ello da pie, además, a luchas intestinas entre facciones, pues ya no son los proyectos y las personas con una trayectoria las que sirven de referencia sino la pertenencia a un grupo o comandita. Lo vemos en el Ayuntamiento de Valencia con su política de exposiciones decaída hasta la inanidad y diversas concejalías y servicios culturales que no se hablan entre sí. Se vislumbra entre el IVAM y el Consorci de Museus, cada uno haciendo la guerra por su cuenta y tratando de ganarse el favor de las nuevas políticas proponiendo exposiciones sobre un colectivo gay, los refugiados o los tebeos más propias de un centro de cultura contemporánea que de un museo o un centro de artes plásticas.

Los intelectuales alemanes difundieron durante la Ilustración el término Kultur para oponerlo a la cultura de la pose que los aristócratas imitaban de la civilizada Francia, eso que ahora se llama postureo. Pues algo de esa Kultur conviene que rescatemos en València con orgullo y convicción, una cultura basada en el esfuerzo necesario para adquirir conocimiento y técnica, esfuerzo en el estudio sin el que es imposible desarrollar la sensibilidad y la inteligencia. Un lúcido historiador de Europa, el catalán José Enrique Ruiz-Domènec ha acertado a señalar de modo premonitorio que si los europeos nos olvidamos del significado de la herencia de nuestra alta cultura sucumbiremos al empuje de los nuevos ricos del Pacífico y a la deshumanización que brota desde el Este. La alta cultura es el salvavidas de la vieja Europa.

Compartir el artículo

stats