El pasado 26 de febrero, Valencia fue escenario de una manifestación a favor de la acogida de personas desplazadas. Yo fui, además, para pedir que la acogida se dé en condiciones de respeto a la dignidad de las personas. Concentrarlas en campos destruye la dignidad del proyecto europeo y la nuestra como ciudadanía del mismo. Debemos acoger, no concentrar. Hay razones legales y morales para hacerlo.

Si atendemos a los motivos de carácter legal, no hay vuelta de hoja: la UE y, por tanto, España, están comprometidas con el derecho al asilo, a través de la legislación internacional en la materia; por tanto, cada segundo que pasamos sin cumplirlo, nuestros Estados están violando la ley. Mi maestro en esto de los derechos humanos, el catedrático de Filosofía del derecho y filosofía política, Javier de Lucas, suele resaltar el hecho para que no se nos olvide: a diferencia de otros debates, el del refugio no es uno que se deba instaurar, en primera instancia, en el terreno de lo moral, sino en el de los derechos consolidados.

Hay también razones morales, aunque no debamos olvidar que, como dijo el mencionado profesor, situar este debate en el campo de la moral es peligroso porque abre la puerta a la discrepancia. Hace pensar que los derechos y los deberes son opinables, cuando no lo son. Sin embargo, incluso ante este debate hay motivos para una mayor acogida de desplazados. ¿Por qué? Son muchos los motivos, pero el que deseo destacar aquí es principalmente uno: porque la sociedad lo está pidiendo. Lo vemos en las últimas manifestaciones. Lo vemos en la gran presencia de colectivos civiles españoles en las zonas de conflicto donde Frontex hace la guerra contra las personas y propicia la muerte de miles de personas en el Mediterráneo (según la OIM, se ha registrado la muerte de al menos 362 personas en 2017).

Lo vemos también en la política institucional y, principalmente, en el ámbito local y regional, con iniciativas simbólicas (como las pancartas en fachadas de edificios públicos) y ejecutivas (como el plan de acogida de la Generalitat Valenciana lamentablemente bloqueado por el Gobierno del Estado). Y lo vemos, también, en las estadísticas: según la Encuesta Social Europea, en torno al 60 % de la población española tenía, en 2016, actitudes favorables a una mayor permeabilidad de las fronteras españolas ante los demandantes de asilo.

Por tanto, los gobiernos europeos deben facilitar la acogida por ley y por aclamación popular; tomarse en serio la reubicación y el reasentamiento de las 17.337 personas con las que España se comprometió en septiembre de 2015; y, como mínimo, alcanzar las tasas europeas de aceptación de solicitudes. ¿Y después qué? Después tendremos que pedir que se facilite la solicitud de protección en embajadas y consulados en país de origen, contiguos y fronteras de la UE. Será también necesario propiciar pasajes seguros de escapatoria y, tal como recomienda el politólogo y filósofo Sami Naïr, impulsar visados humanitarios que les permita transitar por el mundo. Es imprescindible que no tengan que viajar miles de quilómetros para salvarse. Es imprescindible que no tengan que lanzarse al agua para hacer oír sus gritos de socorro. Es imprescindible que todo esto no siga formando parte, parafraseando el título del último libro de De Lucas, del naufragio de Europa.