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Mañana, Europa

el Libro blanco sobre la Unión Europea y sus cinco escenarios, conocidos por el lector a través de estas mismas páginas, ha puesto de relieve al menos dos cuestiones. La primera, la debilidad de los liderazgos europeos actuales; la segunda, su abducción por parte de la ideología dominante, la neoconservadora. La consecuencia, un mea culpa tardío, incompleto, con poca ambición de enmendar las causas de la debilidad europea actual. La Declaración de Roma no sólo revalida las afirmaciones precedentes, sino que las eleva, con la firma de los 27, a dogma, agravándolas al establecer en la práctica la Europa a dos velocidades.

El alivio de los resultados electorales en Holanda, por su parte, debería ser objeto de menos alborozo. Wilders y su partido han alterado la agenda política europea, de tal suerte que la élite política ha hecho suyos los objetivos más reaccionarios.

La debilidad de los liderazgos tiene que ver con la segunda de las cuestiones que se apuntan. El there is not alternative thatcheriano se ha convertido junto con la aceptación acrítica del pensamiento neoconservador en una especie de verdades reveladas, indiscutibles, ajenas a la voluntad ciudadana. La plaga afecta por igual a la derecha, cosa más bien natural, y a la socialdemocracia que habla de sí misma en términos sospechosamente adverbiales como la de que la socialdemocracia aún es necesaria o peor, autocalificando su trayectoria de «una historia de renuncias» (renuncias, ¿a qué?).

Afirmo en un libro de próxima aparición en Publicacions de la Universitat de València, que la historia de la Unión Europea es la historia de un éxito tras el fracaso de los totalitarismos y las catástrofes del siglo XX. La mera suposición de su liquidación, en virtud de una ideología codiciosa de nula base moral y el rechazo por parte de quienes hacen de la transformación social la razón de su existencia misma, es cuando menos suicida.

En las dos colaboraciones precedentes (Levante-EMV, 7/1/17 y 4/3/17) creo haber puesto de relieve los beneficios para las sociedades europeas, entre ellas las nuestras, España y el País Valenciano. Las renuncias pueden conducir a la involución, de la que conocemos lo suficiente en nuestras tierras. La aceptación sin más, de menguar las ambiciones fundacionales y la herencia de seis décadas, no debería concluir con la resignación y menos con echar por la borda los indudables avances conseguidos para y por quienes hoy formamos parte de la UE.

Con mayor razón cuando las amenazas se ciernen sobre nosotros, con el avance de la extrema derecha antidemocrática y por ello antieuropea (su otra Europa es la de la supremacía racial, la exclusión, la persecución, el conflicto: dos guerras mundiales así lo atestiguan con el añadido local de una cruenta guerra civil y una dictadura) o con la codicia irreflexiva de los líderes aislacionistas del Reino Unido y las amenazas de un nuevo aislacionismo por parte de Estados Unidos, por donde asoman las peores consecuencias de la oleada reaccionaria al grito de guerra de America, first.

Existe el fracaso, pero no significa que perduren y se sostengan las causas que originaron el nacimiento y desarrollo de la Unión Europea. El crecimiento de la desigualdad en las mismas poblaciones que se creyeron al resguardo de las sucesivas oleadas reaccionarias. La secesión de los ricos, de las élites económicas, de Ariño y Romero, es una de las consecuencias del abandono de la senda de progreso que hemos constatado sobre todo de parte de la socialdemocracia que junto a la democracia cristiana están en la base de la dinámica del éxito europeo de los últimos sesenta años. El divorcio de la ciudadanía respecto de los partidos tradicionales puede ser otra, y no menos grave.

La globalización y los riesgos de una nueva polaridad a escala planetaria, ya de por sí excluyen el comportamiento de los Estados europeos, uno a uno, por más poderosos que se autoconsideren, para hacer frente a las nuevas relaciones internacionales, económicas, de seguridad.

Se impone la estricta necesidad en un final de etapa y comienzo de una nueva era. Ante el abismo de la desigualdad, el reforzamiento de los instrumentos colectivos del Estado del bienestar. Ante la debilidad del crecimiento, la liquidación de las políticas de la austeridad. Ante la polarización de las relaciones políticas internacionales, la multilateralidad con voz única, la voz europea de paz y libertad. Ante la pérdida de competitividad, el refuerzo y extensión de la formación, la educación para el nuevo siglo. Ante las amenazas a la seguridad, la creación de una política integral de defensa, la intervención en la gestión de conflictos en base a los valores europeos, en buena relación con los vecinos, al este y al sur. Ante la degradación de los valores, cuando no de su ignorancia y persecución, defensa del patrimonio moral europeo de la Ilustración hasta hoy.

Cualquiera de estos elementos refuerza la idea de más y mejor Europa. Por supuesto, con las correcciones necesarias, con frecuencia limitadas a algo tan sencillo como aplicar con todas sus consecuencias los instrumentos disponibles. Un Parlamento legislativo en plenitud, una Comisión como gobierno responsable ante el Parlamento, relaciones exteriores y de defensa íntegramente europeas, una fiscalidad y presupuestos europeos, la política monetaria, el euro y el Banco Central Europeo al servicio de los objetivos de la UE; la prosecución de las acciones de los fondos estructurales con el fin de conseguir la homogeneización de las aspiraciones de los territorios, de las ciudades. Las sentencias del Tribunal de Justicia constituyen un buen ejemplo.

Renunciar a seguir la senda de la integración plena nos hace menos competitivos, que tanto preocupa a dirigentes y empresarios que todavía no se han decidido por la secesión. Nos hace más débiles en los nuevos escenarios políticos y militares que alumbran al oeste y al este. Retrotraernos a la Europa a dos o varias velocidades, de geometría variable, sin más, significa renunciar a una de las necesidades más imperiosas: devolver la centralidad a los ciudadanos para un mañana europeo en paz, libertad e igualdad.

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