Una de las puertas hacia la felicidad es potenciar nuestra capacidad de disfrutar de la belleza y si cabe incluso generar belleza. Podemos encontrar en muchos manuales de autoayuda esta consigna, que me parece muy adecuada. Ahora descendemos al mundo terrenal y con qué nos encontramos. Entre otras, con el cortoplacismo que explica Adela Cortina en su libro ¿Para qué sirve la ética?. Según Cortina, «la necesidad de tomar decisiones a corto plazo, que apenas deja tiempo para la reflexión» es una maldición en la actualidad.

Vivimos con prisas. Cuanto más pronto mejor porque perdemos las ocasiones, no tengo tiempo, lo quiero ya? Ese afán de ir tomando decisiones de aquí para allá sin apenas reflexionar nos puede conducir a lo que se conoce como mente de mono loco que explica Rafael Santandreu en su libro Las gafas de la felicidad. Un transtorno que es muy común cuando estamos neuróticos.

Si queremos disfrutar de la belleza de las cosas, de nuestras calles (por cierto pasear por València sosegadamente andando o en bicicleta es un tremendo placer) o de las personas, tenemos que aplicar la teoría de Anthony de Mello: la «bastantidad», que consiste en darse cuenta de que los seres humanos necesitamos muy poco para estar bien. Es decirnos en cada momento de nuestra vida: ¡ya tengo bastante! No quiero decir con esto que sigamos el ejemplo de san Francisco de Asís, al pie de la letra, que dormía sobre una losa de piedra.

Vivimos sometidos bajo el yugo implacable de quienes han sabido, como decía Cortina, «imponer su ley de infundir temor». Esa ley de las prisas, de ser el primero, de no quedarse atrás, confeccionar un buen curriculum, un perfil brillante, único, para destacar frente al de nuestros competidores. Obligar a tener una marca personal para obtener un puesto de trabajo, probablemente muy por debajo de los méritos, como está ocurriendo a miles de jóvenes.

Lo ideal sería aplicar el movimiento slow (lento) de Carlo Petrini, que surgió en los años ochenta, en protesta por el establecimiento de un restaurante de comida rápida. Según el cual, hay que hacer las cosas lentamente, «disfrutar el proceso y adaptarse al ritmo natural del planeta», tomarse el tiempo necesario para saborear las cosas y las personas que nos rodean.

Entre el cortoplacismo, la «bastantidad» y el slow habría que encontrar un término medio para disfrutar de la belleza o generarla por nuestra parte, y acercarnos a esa puerta a veces angosta que nos conduce, sin embargo, a la felicidad. Mientras todo eso sucede, al menos para controlar nuestra ansiedad, podemos seguir la receta de Rafael Santandreu (Las gafas de la felicidad) según la cual para disminuir esa ansiedad del día a día debemos aprender a «no terribilizar sobre situaciones cotidianas» y «desacelerar para apreciar el entorno y disfrutar dulcemente en cada momento». Espero que hayan disfrutado de esta sucinta reflexión sobre la felicidad y otros menesteres.