De mí, en muchas ocasiones, he pensado que algunas cosas no se me daban muy bien; y que otras, sin embargo, se me daban peor. De manera análoga, podríamos decir que de Cs no esperábamos gran cosa, pero que, sin embargo, del PP esperamos siempre lo peor. Y así ha sido: lo cumplen a rajatabla.

El 25 d´Abril, y durante el acto reivindicativo que los representantes de los valencianos llevaron a cabo en las Corts, ha sido otra prueba del nueve y otra evidencia de que el algodón no engaña: sucedió lo que lamentablemente todos esperábamos: de manera consecuente con su manera de proceder, pero incoherentes con lo que dicen, los susodichos rompieron con la unanimidad de un acuerdo previo que denunciaba la falta de inversiones y los objetiva e injusta infrafinanciación de los valencianos. Cantan el «tots a una veu» y se les pone la gallina de punta, pero a la hora de la verdad se imponen las mentiras: de lo dicho, nada de nada.

Para justificarse, los restos del naufragio de Cs (excepto Marí: atado al mástil fundacional y haciendo oídos sordos a las sirenas del ordeno y mando) hablaban de que aquello era «un acto nacionalista»; mientras desde la otra banda, la adalid o Dalila del PP aseguraba no querer participar en el «circo»: «nosotros no vamos a los circos», dijo Isabel Bonig (a la que dan ganas de replicarle con Kavafis que el circo va con ellos donde quiera que vayan).

Por demasiados motivos (y no es el menos importante la mierda que aflora sin parar de los pantanos de los años de plomo) el PPCV es un partido que me pone de los nervios. Y no es por sus errores, delitos y faltas, que también, sino por su engolamiento patriótico, esa insufrible épica que envuelve la nada. Como un traje de Francisco Camps. Durante años se han arrogado un valencianismo bien entendido, repartiendo excomuniones y exclusiones, nominando traidores, denunciando catalanismos, al son, en fin, del «vixca el pà i vixca el vi, vixca la mare que mos ha parit». (El Cs, por neófitos y por ideología, al menos nunca se envolvió con la bandera de ese valencianismo bien entendido que nadie entiende). Y, sin embargo, ahora, cuando se trata de oponerse a esa obediencia ciega que con absoluta evidencia nos perjudica y ponerse junto con todos los demás del lado de lo que es más que justo, ahora digo, resulta que ellos no van al «circo», aunque obedezcan las órdenes como fieras: ahora quietecitos y ahora ale-hop. Per a frenar.