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El mercado persa de los Presupuestos

A mi me parece indignante, pero los analistas lo califican de alta política. Se alegran porque da estabilidad al Gobierno y porque es un claro síntoma de normalidad e integración de la cuestión vasca en el devenir español. Entiendo las alegrías, pero el acuerdo para la aprobación de los presupuestos entre el Gobierno del PP marianista y el PNV posarzallus ya sin la violencia terrorista en el horizonte, me parece una merienda de negros, en este caso negros euskaldunes, que son metafóricamente los que se comen al resto de españoles.

Son cuatro mil y pico millones de euros del ala los que se llevan los vascos por apoyar el programa económico presupuestario: no sé cuántos millones extras, la deuda histórica reclamada, la rápida terminación del AVE en la Y vasca, un acuerdo fiscal para el cupo de quince años y el fin de diversos contenciosos. Y eso que el principal soporte del Gobierno, digo de Ciudadanos, se había pronunciado contra el cupo vasco por considerarlo una suerte de privilegio foral tan atávico como injusto. Con razón, dicen, los nacionalistas moderados vascos no han abrazado la causa soberanista: viven como Dios, por decirlo a su manera. Florece una Euskadi en paz, que se reactiva en lo económico y lo cultural (al Guggenheim y el Kursaal han seguido la Alhóndiga de Bilbao y la Tabakalera de San Sebastián), además de haber sido la primera autonomía en aprobar la renta básica de más de 650 euros al mes para cerca de 70.000 pobres, así como una prestación complementaria para vivienda de 250 euros como ayuda al alquiler. ¡Caramba!, y con solo cinco diputados en Madrid.

No son los únicos, aunque sí los mejor parados. Queda el reparto para los canarios y en medio de las negociaciones para mantener la presidencia del Gobierno de Murcia, ha habido otros ciento y pico millones adicionales para la financiación murciana. Hace unos meses, la decisión de desembarcar en Cataluña para hacer visible a la vicepresidenta Soraya en tierras fermas catalanas llevó aparejado también el anuncio de varios miles de millones en inversiones para les rodalies y otras infraestructuras como el pozo sin fondo de la Sagrera.

Tampoco es la primera vez que ocurren estas cosas. La Olimpiada de Barcelona tuvo un marcado acento político en ese mismo sentido, y el AVE y la Expo fueron a la Sevilla del 92 por mor y gracia -gracejo en ese caso- del clan sevillano del PSOE que para eso mandaban en España: Felipe y Alfonso. Vivimos en un país de exagerada discrecionalidad con la materia gris de la economía, el dinero, que se reparte con toda la intención política del mundo. Tan fácil como que cuando gobiernan los andaluces el AVE se va hacia el sur, cuando los castellanos cruza la meseta en dirección a Valladolid, cuando los gallegos Rajoy y Pastor toma rumbo a la finis terrae gallega aun cuando tenga que sortear los mayores impedimentos orográficos. España es así, y la próxima en venir, Susana, fomentará el corredor central otra vez sevillano en detrimento del mediterráneo por más que no conecte puerto alguno, ni grandes ciudades ni polos industriales o turísticos.

Han transcurrido unos cuantos años desde que se asentó la nueva democracia en nuestro país, pero la cuestión presupuestaria sigue en el limbo. No debe ser tan difícil conseguir un sistema general más o menos sofisticado para calcular el gasto medio por ciudadano en este país, dejando las grandes inversiones a la aprobación de planes estratégicos concretos convenientemente avalados por los expertos y sabios que hay, todavía, en España. No lo entiendo. A tanto por uno, san Bruno, dice la muletilla popular. Pues eso. Tanto dinero hay, tantos españoles somos, pues se divide y ya está. Luego, si quieren, introducimos factores correctores: la insularidad, la dispersión territorial, la lejanía, la lengua propia, el abandono secular€, ya no hay nada que se pueda resistir a un buen algoritmo.

Pero claro, si reducimos la capacidad de un Gobierno a resolver una serie de ecuaciones matemáticas le dejamos sin política, porque la política, sobre todo, se juega con dinero. Es como una partida de póker: además de llevar cartas has de tener fichas para apostar, porque si vas pelado se te nota el juego a la primera y ya no engañas ni al lucero del alba. A eso se le llama alta política, a jugar con los sacrosantos presupuestos. Un mercado persa le llama la cultura popular: yo te doy a cambio de.

Queda puesto de manifiesto algo tan obvio como que la opción valenciana por el corredor mediterráneo es, ante todo, una operación política, y que si no contamos con los suficientes apoyos de esa índole, la cuestión puede seguir demorándose sine die. Uno entonces ve a los cuatro diputados de Compromís y no entiende a qué suerte de estrategia política juegan. Justo en el momento en el que habrían podido construir una opción política valencianista por primera vez desde los tiempos de Ricardo Samper, en el 34, cuando fue presidente de un Gobierno español aquel valenciano. El blasquista Samper, del que su ciudad y sus paisanos han olvidado prácticamente todo.

De modo absurdo, Compromís juega en esta guerra al lado de Podemos, lo que pudo entenderse hace tiempo, cuando los violetas parecían imparables y postulaban la transversalidad. Estancados y bajo la férula implacable de un cesarista Pablo Iglesias, no tiene más recorrido ni sentido seguir esa corriente y no izar la bandera de los intereses auténticos valencianos. Ver y oír la bonhomía de Joan Baldoví explicitando un discurso radical tan estéril como melindroso en la tribuna madrileña, con sus otros tres diputados valencianos viviendo en la nube, solo induce a la melancolía.

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