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Sinceridad

La semana pasada dudaba de la sinceridad de Jorge Javier. Y eso que yo, desde que me he hecho mayor, huyo de la sinceridad como de la peste. Para mí la insinceridad es como el «soma» de Huxley en Un mundo feliz, donde un gramo del mismo cura diez sentimientos melancólicos y tiene todas las ventajas del cristianismo y del alcohol, sin ninguno de sus efectos secundarios.

Solo exijo franqueza y lealtad a mis íntimos, a los demás?. Mira, a mí cuando alguien me dice «voy a ser sincero contigo», me pongo a temblar. Nadie te advierte de su ataque de sinceridad si te quiere decir algo amable, te lo dice y ya está. Quiero «soma», quiero que me hagan feliz y no quiero que me toquen las narices. Sé que esto no es políticamente correcto, pero intento ser sincero con vosotros, mis íntimos desconocidos.

El caso es que vivo en una contradicción, ya que a algunos que salen en la tele sí que les pediría sinceridad, pero es porque sospecho que no quieren hacerme feliz, sino metérmela doblada. ¡Qué agotador estar todo el rato interpretando qué quieren decir en realidad! Sale un político -cualquiera, del PP, o de Podemos, o de otros que se van diluyendo- y nos suelta un rollo. Los siguientes minutos nos los pasamos preguntándonos por qué lo habrá dicho, en qué le beneficia, «contra quien» ha hablado. Automáticamente seis o siete tertulianos analizan esas palabras. Pero ellos también defienden sus intereses. O sea, nuevamente a intentar descubrir por qué dicen lo que dicen.

Sección deportes. Otra vez a pensar. Fernando Alonso sonríe y dice que todo bien en McLaren, que hay que ser positivos y tener confianza, que igual dentro de tres o cuatro carreras... ¿Perdona? ¿Y por eso te vas a correr a Indianápolis? Me hierve el cerebro. ¿Cuánto le estarán pagando para que sea capaz de mentirnos así? ¿Con quién estará negociando para la temporada próxima? Está claro que esconde algún secreto. ¿Cuál?

Y a ti, ¿cómo te gusta que te sirvan la sinceridad, con doble de azúcar, o a palo seco?

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