Escuché el otro día en la radio el relato de la joven Raquel Muñoz, que se decidió a denunciar las penosas condiciones de trabajo de las azafatas en el trofeo de tenis Conde de Godó. Pese al frío y la lluvia, fueron obligadas por la patrocinadora Schweppes a lucir palmito con un uniforme minifaldero y sandalias. Contaba que todas acababan la jornada enfermas, dos se dieron de baja, y que pese a las peticiones reiteradas no se les permitió taparse con una fina chaqueta salvo en los descansos, ni cubrirse los pies helados, con el argumento de que el logo de la empresa debía verse perfectamente. Iban de aquí para allá ataviadas de playa y paraguas en mano, cubriendo a los jugadores con temperaturas de diez grados de día, y cuatro en un partido que se celebró de noche. Les castañeteaban los dientes mientras en las gradas el público se abrigaba con plumíferos y bufandas, y hasta los jugadores se ponían mantas en el banquillo.

Cuando se quejaron de tener que trabajar en semejantes condiciones, su agencia les amenazó con despedirlas y reclutar a otras. «Esta vez ha sido indignante y degradante», exponía Raquel, a quien ya han advertido que no volverá a ser contratada. Hay muchas chicas deseosas de trabajar como azafatas, independientemente del trato o los atuendos absurdos. También se ofrecen en la misma estantería del híper otras marcas de tónicas y refrescos de compañías cuyos directivos tal vez respeten un poco la dignidad de las mujeres. Se trata de elegirlas.

Es una buena noticia que últimamente se esté cuestionando en la teoría y en la práctica la presencia de mujeres florero en acontecimientos deportivos, sobre todo el ciclismo, el tenis, la Fórmula 1 y el motociclismo. Chicas guapas que se abrazan al campeón tras el podio para la foto, que son mojadas con champán para divertir al público, que recogen pelotas en pantalones muy cortos, que sujetan una sombrilla con el nombre del patrocinador o simplemente pululan. El Ayuntamiento de Jerez pidió de manera oficial al Gran Premio de España de Motociclismo que las eliminase, por entender que se trata de una práctica sexista, con los votos en contra de PP y Ciudadanos. En la Volta Ciclista a la Comunitat Valenciana se retiraron también a las azafatas de la entrega de premios.

Raquel Muñoz relató que un tenista muy conocido la vio tiritando con su paraguas en el Conde de Godó y le preguntó qué demonios hacía así vestida. Otros deportistas han respondido al ser cuestionados que no les importaría nada ver desaparecer estas figuras ornamentales de los alrededores de las canchas y los circuitos donde pintan entre poco y nada. Estaría bien que incluso se negaran a recibir sus trofeos flanqueados por azafatas de escotes pronunciados que luego les besan sin venir a cuento. Puede que las jóvenes que ven en semejante actividad un trabajo de verdad, no un desempeño producto y al servicio del machismo más rancio, discriminatorio por cuanto descarta a quienes no tienen un físico determinado, necesiten un empujón para valorarse más.

Chicas como la hija de una amiga, estudiante, que trabaja para obtener unos ingresos extra como azafata con unos tacones de diez centímetros. El jefe no le permite apearse de sus zapatos de tortura, ni atarse la americana. Ese jefe en concreto tiene una hija que no es una belleza y no usa una talla 38, sino una 44, motivo por el cual la sitúa en el guardarropa. La quita de la vista, no vaya a ser que se le quejen los clientes.