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Respeto contra los accidentes

Respeto. Así de simple es la solución a los cada vez más frecuentes accidentes de ciclistas arrollados por vehículos. Pero el respeto es un concepto difícil de asimilar en una sociedad que no termina de acostumbrarse a convivir en la diversidad. Si no se tolera a una persona por tener unas convicciones diferentes ¿qué nos hace pensar que se va a respetar a otra porque circule en bicicleta? Entiendo que no es sencilla la convivencia. Los intereses particulares han terminado anteponiéndose a los colectivos en una sociedad que ha entrado en la sima de la desigualdad sin linterna, sin equipo y sin preparación.

El atropello de Oliva sirvió de dramático acicate para despertar una indignación que desaparece a la misma velocidad que se desarrolla. Fueron tres vidas que se quedaron en el asfalto. Y no nos engañemos, el drama continuará pese a estar en nuestras manos la solución.

Las medidas anunciadas por Tráfico son bienvenidas -más controles, más vigilancia, más dureza-. Pero la campaña pasará, el atropello de Oliva se olvidará y los mismos conductores de siempre dejarán de sentirse vigilados y volverán a olvidar ese metro y medio de distancia al adelantar a un ciclista, esos 150 centímetros que constituyen su única burbuja de seguridad. Ayer mismo, el excampeón de MotoGP, Nicky Hayden, acabó en el hospital con heridas muy graves tras ser arrollado por un coche en el norte de Italia mientras entrenaba en bicicleta.

Ese metro y medio de distancia que se pide no es caprichoso. Y quienes utilizamos la bicicleta lo sabemos. Especialmente si hay viento lateral o si se viaja por una carretera con un arcen en mal estado o con objetos arrojados desde los vehículos, que es lo más habitual.

La convivencia en el mismo asfalto de vehículos de más de una tonelada que viajan a más de 100 km/h (con el conductor protegido por medidas de seguridad activas y pasivas) con otros que se desplazan a 30 o 40 (en los que los ciclistas viajan a cuerpo descubierto) es complicado. Pero no imposible. Insisto, la solución se llama respeto. Y por las dos partes.

Me niego a tener miedo o a pensar que mi vida corre peligro cada vez que salgo a la carretera a disfrutar del deporte que me enganchó hace ya más de tres décadas.

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