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La economía de la desigualdad

Fue el sueño de unos científicos e inventores altruistas, sinceramente preocupados por el progreso de la humanidad, pero se ha convertido en multimillonario negocio de unos pocos y fuente de creciente desigualdad.

Los pioneros como Norbert Wiener, Vannevar Bush, Paul Baran y por supuesto el único todavía vivo, el inventor de la World Wide Web, Tim Benners-Lee, no podían prever lo que sucedería un día con las llamadas nuevas tecnologías.

Sobre todo , a partir de los años noventa del siglo pasado con la desregulación radical y su transformación en un mercado cada vez más especulativo, controlado por un puñado de multimillonarios empresarios y fondos de riesgo.

Basada en unas tecnologías supuestamente libres, la economía digital no deja de destruir empleos en la industria y demás sectores como los servicios sin reemplazarlos por otros nuevos en cantidad suficiente.

Y ese proceso de destrucción creativa, como lo llamaría Joseph Schumpeter aumenta a pasos agigantados la precariedad laboral y la desigualdad en todo el mundo, según explica Andrew Keen en su excelente "Internet no es la respuesta" (1) Keen no siente más que desprecio por los arrogantes e insolidarios magnates de la nueva economía, admiradores muchos de ellos de la ruso-norteamericana Ayn Rand, filósofa de cabecera de los nuevos libertarios, para quienes los gobiernos y su obsesión reguladora son sólo un estorbo que hay que eliminar cuanto antes.

Para ver el futuro que nos espera de seguir por esa vía, basta con observar lo que sucede, por ejemplo, en el área de San Francisco, donde tienen su sede muchas de esas multinacionales que tanto fascinan a algunos.

Como escribe el escritor y periodista de la revista estadounidense The New Yorker George Parker, Silicon Valley "es uno de los lugares más desiguales del planeta".

En el condado de Santa Clara, el número de personas sin hogar creció un 20 por ciento en sólo dos años: entre 2011 y 2013.

El índice de pobreza pasó también allí de un 8 por ciento en 2001 a un 14 por ciento en 2013 mientras crecía de modo paralelo el número de supermillonarios.

En San Francisco, los precios de la vivienda y de los alquiles se han disparado por culpa de quienes trabajan en empresas de la nueva economía al tiempo que han aumentado espectacularmente los desahucios.

Una ciudad tradicionalmente famosa por su diversidad étnica, que ha sido refugio de pacifistas, disidentes y toda suerte de minorías, se ha convertido así en laboratorio privilegiado de esa nueva economía de la desigualdad.

La bahía de San Francisco, escribe Keen, es la "fantasía libertaria" de empresas que rehúyen su compromiso con la sociedad y que pretenden que "la tecnología digital sustituya las acciones de gobierno".

Sus dueños y altos ejecutivos son instintivamente hostiles a la representación sindical de los trabajadores y a cualquier traba a la sacrosanta libertad de empresa.

Acusadas de eludir millones a la Hacienda pública mediante trucos de ingeniería fiscal y vergonzosos acuerdos con los gobiernos, esas empresas pretenden sustituir con supuestas acciones filantrópicas al Estado de bienestar, a cuyo desmontaje tan activamente contribuyen.

No parece en ningún caso disparatado que el autor de "Internet no es la respuesta" hable de esas empresas como de una versión "high tech" de la economía feudal.

Mientras miman a sus empleados, ofreciéndoles todo tipo de servicios gratuitos, escribe Keen, "Google, Apple y Facebook se desentienden de la realidad física de las empobrecidas comunidades que subsisten a su alrededor".

"The Internet is not the answer" . Atlantic Books. Londres

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