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David

El nombre de pila le sentaba bien. Algo tenía en común con aquel pastorcillo bíblico que derrotó a Goliat y llegó a rey de Israel. También él venció a un gigante, el del conformismo y la incomprensión que le atacó en sus comienzos, para después recibir la corona de la moda con el Premio Nacional otorgado el pasado año, y que recogió ya muy débil, en la última etapa del duro camino que hace unos días alcanzó su final.

Conocí a David Delfín hace bastantes años, cuando empezaba a abrirse paso en el mundo de la moda. Al acudir a entrevistarle en el pequeño stand que ocupaba en la Feria madrileña, me sorprendió su juventud y su ausencia total del ego sapiente que suelen adoptar muchos principiantes. Era tímido, sí, pero pronto se franquearon barreras, sobre todo al surgir entre nosotros un punto de encuentro inesperado. No estuvimos hablando de moda; hablamos de teatro. Esta había sido la primera, o una de las primeras dedicaciones de David, y así nos lanzamos a divagar sobre el tema. Nombres de autores, montajes escenografías, actores y actrices... un diálogo con las artes escénicas como protagonistas. Descubrí entonces a un hombre culto que, con sencillez, sin dogmatismos, revelaba su sensibilidad y su capacidad para extraer el jugo incomparable del goce artístico.

Luego he pensado muchas veces que el teatro era la fuente de la que manaba la manera de trazar su obra. La teatralidad de la moda, mediante la cual -como sobre un escenario- es posible configurar una identidad y desdoblar la propia en personajes múltiples, tenía en David Delfín un ejemplo brillante. Y, en muchas ocasiones, desafiante, transgresor. Su irrupción en la Pasarela Cibeles, con las modelos veladas y atadas con sogas, que provocó abundantes rechazos, encendidas polémicas y desconcierto general, no fue un gesto gratuito en busca de atención mediática, sino la interpretación personal de un conflicto moda «versus» libertad femenina, formulado con un surrealismo que partía de su raíz andaluza, empapada de Lorca y otros poetas del Sur. Las siguientes colecciones fueron mostrando la amplitud de miras y el potente germen creador de David Delfín. Desde su admirable deconstrucción de prendas básicas (camisas, chaquetas) a las que sometía a un proceso multifacético -semejante a lo que significaron Picasso y el cubismo en la pintura- hasta el empleo de signos orientativos del moderno lenguaje gráfico -que hacían pensar en el universo poético de Joan Brossa- todo tenía un profundo sentido de expresividad plástica en la moda ideada por David Delfín.

Pero, insisto, no solo fue la moda su campo de acción. Encontré justo y conmovedor, durante la velada de los Premios Max el pasado lunes, ver aparecer, en la lista de los fallecidos en el año, el nombre de David Delfín. Fue, también, un hombre de teatro. Fue, en todo, un talento creador al que hemos perdido demasiado pronto.

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