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Reyes de corazones

La familia Trump lo copa todo: los programas del corazón y las columnas de política, incluso el interés de los servicios de inteligencia de Vladimir Putin. Melania Trump está recelosa y áspera con su marido y los especialistas en lenguaje corporal lo detectaron en uno o varios rechazos, de la chica, al movimiento de hacer manitas de él. De hecho, en la visita del matrimonio Trump al papa argentino, doña Melania se vistió de Dolores de Cospedal en Viernes Santo manchego, lo que podría ser interpretado como el signo de una pulsión suicida, a no ser que los rusos le hayan hecho llegar, con más o menos discreción, las fotos de las andanzas de su marido en los prostíbulos moscovitas.

Como Melania Trump es primera dama y la ley de divorcio americana es muy punitiva con el/la infiel (y con el que tiene más dinero de los dos), si al final llega la ruptura, dios no lo permita, tendrán que nombrarla reina de Oklahoma y Kansas en calidad de indemnización por dejar de ser first lady. Trump convirtió su carrera, también la política, es un continuo reality, un disparadero de emociones, bravuconadas y miedo agitado. En ese medio, no tiene rival (y sin pasar por el Actors Studio), sencillamente porque casi todas las personas juiciosas que hacían otro tipo de televisión (y de periodismo) se han pasado a la llamada de las glándulas y la agitación hormonal. Un día de estos, Trump nombrará senador a su caballo. O a su hijo, no acabo de ver la diferencia.

En el otro culebrón, el Rusiagate, por primera vez se tienen pruebas -de la NSA, que manda aún más que la CIA- de una intromisión rusa en el dispositivo informático de las elecciones y no se descarta que pudieran alterarlas. Putin dice que no ha sido él, sino «unos patriotas». No deja de ser un acto de justicia poética que Putin apoye, en cada oportunidad, a lo peor de cada casa. En el fondo, es una forma de autocrítica y toda la culpa no es de la cursi de Hillary Clinton, pues no pocos electores vieron en el magnate Trump una especie de héroe de la clase obrera. Y todo por preferir la volumetría testicular a un instante de reflexión.

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