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El pirómano Trump

Lo último que deberían hacer los europeos es seguir al presidente Donald Trump en sus continuas actividades pirómanas en el Golfo Pérsico

Lo último que deberían hacer los europeos es seguir al presidente Donald Trump en sus continuas actividades pirómanas en el Golfo Pérsico.

No hacía falta que el propio Trump se jactara en uno de esos estúpidos tuits destinados sobre todo a sus seguidores del papel que jugó alentando la crisis entre Riad y Doha.

Si hay algo que no puede soportar el errático ocupante de la Casa Blanca es el acuerdo en materia nuclear firmado por su país bajo la presidente de Barack Obama y los aliados europeos con Irán.

Y sin que le importe un comino el que sus continuos ataques al régimen de Teherán debiliten al nuevo presidente de ese país, Hassan Rohani, con fama de moderado, Trump sigue echando día tras día leña al fuego.

Tras su visita a Riad, Arabia Saudí y los Emiratos Unidos debieron de considerar que Trump les había dado carta blanca para provocar a Qatar sin que les importasen tampoco a ellos las consecuencias.

¿Se trata de alentar tensiones en toda la región para vender ese "bonito material militar", como lo llamó Trump, que reporta a la industria armamentista de EEUU miles de millones de dólares de ingresos?

Que el régimen saudí, que tanto daño ha hecho al exportar a medio mundo su ideología wahabita, la más extremista del islam, sea precisamente quien acuse a Qatar de financiar a terroristas no deja de tener su gracia.

Y más aún cuando el país acusado alberga al mismo tiempo la mayor base de Estados Unidos en la región, centro de las operaciones aéreas de la superpotencia en Siria, Irak, Yemen o Afganistán.

El príncipe heredero saudí Mohammed bin Salmán, y el de los Emiratos, Mohammed bin Zayed, han adoptado, en total sintonía con Trump, una línea de enfrentamiento con el emir qatarí, quien, a diferencia de ambos, aboga por una postura conciliadora frente a Teherán.

Lo que subyace a todo ello es la lucha por la hegemonía en la región entre la república islámica de Irán, chiíta y además el único país no árabe de Oriente Medio, y la feudal y sunita Arabia Saudí.

Tras años de distanciamiento de EEUU bajo el presidente Obama, la monarquía saudí cree que con Trump en la Casa Blanca le ha llegado al fin su momento.

Al mismo tiempo, los saudíes, cuyo papel en el fomento del terrorismo yihadista está fuera de debate, temen haber sacado de la botella a un genio que ahora no son capaces de controlar.

Y tratan de acabar de una vez con el Islam político, como el de los Hermanos Musulmanes, en el que, tras las llamadas "primaveras árabes", ven un peligro para la continuidad de los regímenes del Golfo.

El papel de Qatar es al mismo tiempo ambiguo, pues mientras permite operar a los estadounidenses desde la base aérea de Al Udeid, mantiene contactos con organizaciones consideradas terroristas por Occidente como la palestina Hamás.

Gracias a su inmensa riqueza, el emirato qatarí es además propietario de uno de los mayores fondos de inversión del mundo con participaciones que van desde bancos como el Crédit Suisse o el Deutsche Bank hasta el grupo suizo de minería y metales Glencore o el fabricante de automóviles Volkswagen.

Sin olvidar el hecho de que en su capital, Doha, está la sede central de la emisora de TV Al Yazeera, único canal realmente independiente de todo Oriente Medio y por ello frecuente objeto de críticas de las otras monarquías feudales.

Todo, como se ve, muy complicado.

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