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La encrucijada de Puig y la nueva política

Al líder de Ciudadanos Fernando Giner no le molestará que ponga en su boca esta confesión: «me decidí a dar el paso y entrar en política cuando los que mandaban comían gambas en restaurantes de campanillas mientras aumentaba la cola en la Casa de la Caridad». No cabe duda de que la nueva política ha venido para quedarse por la quiebra del bipartidismo y la mala praxis. Sin embargo y mientras la fuerza naranja, con cierta inconsistencia de partido barbilampiño, se jacta en tender puentes, al otro lado del espectro Podemos parece cada día más un accidente a quien una coyuntura política especial ha concedido una importancia inusitada de la mano de sus compadres de moción: Compromís, ERC y Bildu.

PP-Podemos. Quien piense que el sectarismo habría que perseguirlo de oficio no compartirá los discursos de blanco o negro, el hablar y hablar y los golpes de efecto. ¿Hasta cuándo camaradas? Pues hasta que convenga. Hay que reconocerle al PP un papel fundamental en la reanimación del paciente morado, que se encontraba en franco declive justo antes de la fallida moción de censura. De hecho, Mariano Rajoy y Pablo Iglesias se realimentan. El gallego -que no dudó en reconocerle como igual en el Congreso- prefiere al profesor de la Complutense enfrente que a Pedro Sánchez de la misma forma que Isabel Bonig reza por llegar al 2019 con Mónica Oltra en la otra esquina del cuadrilátero.

Encantados. En el caso de Rajoy, ni en sus mejores sueños hubiera imaginado que con la que está cayendo el PP encontraría mejor báculo para vadear estas aguas. Y es que la irrupción de nuevas siglas ha democratizado el sistema y los partidos condicionan su estrategia a un flujo permanente de intereses. La fracasada votación anti-Rajoy nos ha concedido la oportunidad de ver como se manejan los actores del ecosistema. El PP sigue lozano en la dificultad mientras Podemos supera el envite, lo que supone una nueva colleja a la cátedra opinadora, que presumía aquí el Waterloo de Iglesias.

El sanchismo. Esta reanimación de Podemos -ni que sea efímera- obliga a Pedro Sánchez a acelerar su carrera, también en la Comunitat Valenciana, donde las órdenes están dadas. El PSPV hace vigilia para su Congrés de País pero el proteico José Luis Ábalos ya cocina una «operación alternativa» a Ximo Puig en la secretaría general, por si las moscas. Sin duda el sanchismo dentro del socialismo valenciano es un movimiento imparable y, como tal, su hegemonía deberá tener reflejo en cualquiera de los procesos que se sucedan: ya sea como alternativa o a la hora de configurar mayorías en la dinámica de poder de las distintas ejecutivas socialistas.

¿Un alcalde? Margen de negociación, poco. La fórmula está clara: «es un 70 para nosotros, 30 para ellos ¿Cuántos os vais?». En la nueva cosmovisión de mayorías líquidas, Puig deberá atenerse a razones: o no presentarse a secretario general o, si lo hace, que sea para reinar pero no gobernar y permitir un secretario de organización procedente del «abalismo». O eso o el sanchismo seguirá su guión, pues «hay activos en la recámara, hombres y mujeres, de las tres provincias». ¿Quizás un alcalde 4.0, tipo Rafa García, primer edil de Burjassot, a la sazón ciudad más real que Morella?

En minoría. A Puig se le reclama que transija con una inédita ejecutiva en el PSPV en minoría. Y la verdad es que alguien como el Molt Honorable, que ha demostrado ser capaz de cambiar el paradigma, abrir la puerta a la confluencia de la izquierda con su Consell Botànic y amparar el mestizaje, no debería tener ninguna duda en aceptar un órgano dirigente que lo acune a él porque está gestionando con tino un gobierno tan multicolor. Porque la mayoría que apoya al Consell es una confluencia de ideas e intereses, en ocasiones de difícil convivencia.

Diferencias y contradicciones. Allí conviven ecologistas de la señorita Pepis con anticapitalistas -que no leen a Henry Ford, «los sueldos los pagan los clientes» (en este caso los contribuyentes)- junto a cargos públicos como Vicent Soler y Mako Mira- más inclinados hacia el capitalismo consciente de John Mackey, el progenitor de la Responsabilidad Social Corporativa. Lean a este Mackey, teórico de cabecera para nuestra patronal más ilustrada o influyente, que hace fortuna entre los miembros de AVE y sus círculos concéntricos. Mackey fue quien le ganó un debate a Milton Friedman en 2003, Nobel de economía, enemigo de que los empresarios se preocuparan de los empleados, el medio ambiente o la comunidad.

Encrucijada. Puig, en fin, parece obligado a olvidarse de lo que pudo ser, centrarse en la gestión de su gobierno y adaptarse al cambio de Ferraz, con una ejecutiva federal al primer tiempo del saludo, más jacobina que nunca, sin rastro de barones ni reinos de taifas, con el valenciano Ábalos con mando en plaza, como aquellos números 2 del hierro de Txiki Benegas, y no como los que vinieron luego.

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