Cuarenta años después de la muerte de Franco, los liberales sufren todavía una pésima fama en España. Las crisis, el granizo y hasta las pertinaces sequías siguen siendo culpa de los ahora llamados neoliberales, que son capaces de cualquier maldad con tal de ganar dinero. El autodenominado Caudillo les guardaba una ojeriza similar a la que les profesa una parte considerable de la actual izquierda y toda la ultraderecha. La diferencia, si acaso, es meramente semántica. Franco los insultaba con el título de "demoliberales", concepto que al general más general debía de parecerle una mezcla de demócrata y demonio. Valga la redundancia. Curiosamente, el diccionario trata mucho mejor a los liberales que el franquismo y la extrema izquierda. Un liberal es, según la primera acepción del tocho de la Real Academia, alguien "generoso, o que obra con liberalidad". Se le define también como "comprensivo, respetuoso y tolerante con las ideas y los modos de vida distintos de los propios". Sorprende que una idea en apariencia tan benéfica haya acabado por adquirir connotaciones fuertemente negativas sin más que añadirle el prefijo "neo" a la palabra liberal. La consulta al diccionario no hace sino acrecer las dudas, ya que un "neoliberal" sería una persona partidaria de reducir al mínimo la intervención del Estado en la vida de la gente. Es decir: lo mismo que sostenían los primeros adeptos del liberalismo, hace ya un porrón de años. No se entiende muy bien lo de "neo", salvo que sea para molestar. Será que la vida resulta mucho más compleja que los diccionarios. El actual gobierno comunista de China, por ejemplo, es el campeón del liberalismo económico en los foros de Davos, frente al anacrónico nacionalismo de Donald Trump. Ello no impide que los neoliberales de Pekín mantengan un férreo Estado dictatorial que controla hasta el número de hijos autorizados por pareja. El Estado chino se mete literalmente en la cama de sus súbditos; pero aun así los herederos de Mao -que ya no levantará cabeza- son a la vez los más firmes defensores de la apertura del mercado y de la libre circulación de mercancías. No es la única paradoja. La Unión Europea, a la que fachas y neocomunistas ven como la suma de todas las maldades del neoliberalismo, es en realidad un club de países socialdemócratas. Cierto es que Bruselas ha abolido las fronteras interiores y prohíbe los monopolios en la mejor tradición liberal; pero no lo es menos que -en general- proporciona educación y sanidad gratuitas a sus ciudadanos. Algo que en la ultraliberal Norteamérica calificarían tal vez de socialismo. Con todo este lío de conceptos, no extrañará que muchos de los que utilizan el término neoliberal a modo de injuria sean incapaces de definir qué es eso exactamente. Igual les ocurre lo mismo que a cierto cantante del género antaño conocido como "de protesta" que solía arremeter contra los burgueses en sus canciones. Cuando un malvado plumilla le preguntó qué era un burgués, el hombre se quedó perplejo. "No sabría decirte, pero es algo detestable", respondió finalmente con esa capacidad de síntesis que solo está al alcance de los artistas. Detestables para Franco, los (neo)liberales lo siguen siendo también, por lo que parece, a ojos de gente que se pretende demócrata y -más aún- tolerante. Algo raro habrán hecho, aunque todavía no sepamos qué.