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La gallina de los huevos de oro

No era mi intención hablar sobre la moción de censura de esta pasada semana. Muchos comentaristas de mayor enjundia que yo han hablado de lo ocurrido en las Cortes, han diseccionado los discursos, las actitudes y los rostros de todos los asistentes y no puedo añadir nada más a sus interpretaciones. Todos los intervinientes han dicho más o menos cuanto esperábamos de ellos, tal vez con mayor crudeza de a la que nos tienen acostumbrados, pero con una música que dice poco nuevo. Solo Irene Montero me estremeció con su implacable lista de corruptos del PP. ¿Estuvo Pablo Iglesias más duro o más faltón con Mariano Rajoy o con Albert Rivera que hace unos meses? ¿Lo estuvo el PSOE? ¿Y demostró Ciudadanos algo más de mordiente que en anteriores ocasiones? Me pareció que no. ¿Dijo algo nuevo el presidente del Gobierno? No. Claro que puede que lo que me guíe sea un gran hastío tras dos años de dimes y diretes en esta vida política tan ramplona que tenemos.

Tienen los partidos de la oposición una larga tarea por delante para demostrar que están preparados para asumir el gobierno. Mucha de la credibilidad del partido socialista depende del congreso del PSOE de este fin de semana, de cuál sea su nueva oferta y su voluntad de dejarse de tiquismiquis y de constituir un bloque de izquierdas liderado por él y del que estará ausente sin remedio Ciudadanos, a menos de que prime en su formación el deseo de quitarle el gobierno al PP, cosa que no parece muy evidente. Mucho depende del posicionamiento de Pedro Sánchez a partir de ahora. Las alianzas en política son con frecuencia circunstanciales, incongruentes, muchas veces explosivas pero útiles para el propósito con el que nacieron, sea la conquista del poder o la confusión. La historia italiana del último medio siglo es prueba de ello o, por buscar una alianza más chusca, lo es la famosa pinza entre José María Aznar y Julio Anguita.

¿Por qué un partido como el PP, acosado de manera brutal por una corrupción endémica, por un escándalo tras otro en su misma cúpula no pierde el poder a manos de los que lo acosan? Aunque con merma de su mayoría, sigue ganando comicios y sigue gobernando. ¿Cómo es posible? ¿Tiene el péndulo una oscilación más lenta de lo que cabe esperar? El electorado, que en España se sitúa entre el centro-derecha y el centro-izquierda, prefiere por misteriosas razones un gobierno conservador que, aun teñido de corrupción, no sufre los vaivenes de los otros partidos. Puede que simplemente se encoja de hombros frente a la indefinición política de estos últimos. Se diría que las clases medias, que son los árbitros de las elecciones (y curiosamente el estamento de la sociedad española más castigado por la crisis, más desamparado), no se fían.

He acabado hablando demasiado de este asunto y nada de lo que corresponde al título de este comentario. Empecé queriendo ocuparme del turismo y de la confusión en la que nos tiene sumidos. Digamos como principio general que el turismo nos tiene completamente colapsados. El perfil de los turistas ha cambiado; es lógico que así sea puesto que el turismo ha dejado de ser el privilegio de unos pocos para convertirse en la necesidad de muchos.

Pero nos tiene colapsados y sin respuestas, a punto de morir de éxito. ¿Es razonable o siquiera inevitable que estrangulemos la gallina de los huevos de oro? Esta gallina que ha enriquecido a algunos tras ceder a la vulgaridad. Así es la fama que tienen algunos enclaves en el mundo, así es como nos retratan: como hordas de borrachos corriendo desnudos y vomitando, cayendo desde las habitaciones de los hoteles, copulando en las playas. Ha llegado un momento en que nada parece tener remedio, con una oferta de habitaciones disparatada en la que ya no bastan los hoteles sino que todo el mundo alquila hasta sus cuartos y sus camionetas. Y así suma y sigue. Es imperativo que el gobierno y los empresarios hagan frente al problema con algo más que lamentaciones.

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