El Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) de València señaló en 1988 un ámbito preciso para el desarrollo de un parque urbano que ocuparía los terrenos situados al este del barrio del Canyamelar, Cabanyal y Cap de França. Su extensión los hacía aptos para la creación de un equipamiento urbano verde de primer orden complementado con instalaciones deportivas.

Se aprovechaba la oportunidad histórica que, con el avance de la línea de costa desde finales del s. XVIII, brindaba un terrain vague liberado por el mar, ocupado y liberado más tarde por infraestructuras ferroviarias al servicio del puerto -RENFE y el ferrocarril de vía estrecha local que, a su vez, relacionaba por el norte las playas con la ciudad central-. No era la primera vez que València intentaba recuperar esos terrenos para usos más acordes con el lugar, como la residencia o las instalaciones de ocio vinculadas al disfrute de las playas, pero todos habían fracasado.

Hoy, felizmente superada la parálisis impuesta sobre el barrio durante veinticuatro años más por la amenaza de la prolongación del Paseo de Valencia al Cabañal, ya no hay excusa posible para la ejecución del parque cuyo extremo sur estaba condicionado por esa circunstancia.

En Dr. Lluch, la fragmentación es evidente. Instalaciones, dejadas caer en el lugar sin el menor intento de articulación -incluida la parte ejecutada del parque a distinto nivel de la calzada-; unas pistas de tenis o un campo de fútbol protegidos por interminables vallas actúan como tapones que dificultan la accesibilidad de los vecinos del barrio a sus playas; junto a ellas, terrenos baldíos y edificios en estado de ruina o de degradación elevada cuyo estado físico exige intervenciones, decididas y urgentes. Todos estas circunstancias han contribuido a establecer una potente barrera, no solo física, entre el barrio y su frente litoral, que necesita ser resuelta con urgencia.

Por otra parte, algunas determinaciones del PGOU para la ejecución del parque fueron incomprensiblemente aplazadas. Así ha sucedido con el derribo y realojo de los vecinos del grupo de viviendas denominado Ruiz Jarabo. Contrariamente a lo que se supone, su prevista demolición no fue un capricho del Plan Especial que imponía la prolongación de la Avda. de Blasco Ibáñez; fue una resolución del primero que obedecía a razones muy meditadas por su equipo redactor.

Contemporáneo de la Unidad de Habitación de Marsella de Le Corbusier, el bloque Ruiz Jarabo es un edificio apantallado paralelo al mar, desarrollado en altura, en mucha altura -siete plantas en un entorno de dos-; una intromisión en el paisaje y un obstáculo ambiental para la libre circulación del aire entre la playa y el interior. Ajeno a las tipologías constructivas del área, presentaba un deficiente estado de conservación; de bajísima calidad constructiva, como muchos de sus homólogos de la inmediata postguerra, y de pésima arquitectura inspirada en los lenguajes tardobarrocos o castizos que tanto gustaban al franquismo; con déficits funcionales como la carencia de lugares destinados al tendido de ropa que acabó -y, a día de hoy, continúa- manifestándose en sus fachadas como un ejemplo colorista de costumbrismo napolitano.

En aquel momento, reunía un importante grado de conflictividad social entre sus vecinos por causas diversas que afectaban a la convivencia de todos. Quizás por ello, hubo un bienintencionado intento de rescate, a mi juicio, equivocado, cuando la Generalitat Valenciana en su primera etapa socialista abordó la rehabilitación del inmueble en lugar de su demolición, como prescribía el PGOU. Fue una oportunidad perdida.

Un segundo intento de redención surgió en 2012. Este diario recogía diversas iniciativas de regeneración de la zona por parte de instituciones, vecinos y comerciantes insumisos a la prolongación de la avenida; señalaba entre ellas una, bautizada como la revolución Jarabo, en la que se abogaba por las bondades de la remodelación del edificio y su reconversión de usos, sustituyendo a los habitantes originales o actuales por otros más «modernos».

Sus impulsores no habían entendido nada de lo que el PGOU pretendía. De nuevo el árbol impedía ver el bosque.

Con la llegada de la Copa del América, otras acciones municipales y autonómicas, improvisadas y escasamente reflexivas, vinieron a entorpecer esa acción higienizadora -deslinde mediante «el verde»- sustentada por el PGOU, que asignaba a Dr. Lluch el papel de parque central del Cabanyal. Estas actuaciones limitaron su crecimiento hacia el sur más allá de la calle del Mediterráneo, ocupando superficie verde con dotaciones que tenían perfecta cabida en su perímetro, con suelo reservado para ellas en el propio Plan.

Ahora, con independencia de la revisión de cuantas determinaciones sean necesarias en el ámbito del Plan Especial del Cabanyal, nada impide ya terminar el parque. El área lo necesita. ¿A qué esperamos?