Ya ha entrado el verano astronómico y ya puede «oficialmente» hacer calor, cosa prohibida hasta ahora. Lo cierto es que la atonía estival, tan habitual en las tierras mediterráneas, no impide que no dejen de aparecer eventos incitadores. Es evidente que el terrible incendio de Portugal es la principal noticia, al margen de la sostenida ola de calor que ha afectado a casi toda España con más o menos persistencia y que agrava la secuencia de sequía ibérica que sufre casi todo el país. Todo tiene que ver, todo se mezcla y algo lo vincula todo, el calentamiento global de origen antrópico, el cambio climático. Ya hay físicos que se atreven a decir que este mes de junio es prueba irrefutable de ese cambio, que no es una tendencia de futuro, que ya está aquí. Ya hay quien dice de bajarle la temperatura al planeta, como si fuera una cosa que pudiéramos controlar. Ya hay titulares que hablan de la primavera más cálida de la historia, de valores jamás alcanzados, para leer en la noticia que es la más cálida de las registradas, en unos registros que no van allá de 1965. De paso, una noticia advierte de que estas olas de calor «mortales» van a ser cada vez más frecuentes, ignorando que el frío mata mucho más que el calor. Además la regla de tres de los medios, de las entrevistas populares es: si hace este calor en junio imaginemos qué pasará entre julio y agosto. Bueno, pues prepárense para unos valores a finales de junio y principios de julio, que es hasta donde llegan las previsiones serias, inferiores a los habituales para la época en muchos puntos de España y Europa, hasta 15 o 20 grados inferiores a los de estas semanas pasadas, y todo esto volverá a ser calificado de «raro». Dentro de unos años, las medias estadísticas, tan mal calificadas como situaciones normales, volverán a enmascarar todo esto que vivimos al día. Mientras tanto, ayer visité 200 metros del curso de un pequeño río mediterráneo, aún con bastante agua gracias a las lluvias de invierno, que había sido «limpiado» a conciencia, hasta el punto de no dejar ni rastro de la vegetación de ribera, de toda la vida que albergaba ese tramo. Supongo que se ha hecho para evitar el riesgo de incendio pero permítanme que les cuente dos comentarios personales demoledores. Mi hijo me dijo que el curso había quedado tan limpio que ahora parecía un canal de aguas residuales sin vida, y mi mujer me comentaba que, si la intención era que no se quemara, aquello había quedado como si el incendio ya se hubiera producido.