El sábado por la tarde, en mitad de un cumpleaños infantil y sin venir a cuento, el abuelo del homenajeado me hizo un comentario sobre la importancia de poner contra las cuerdas a los entrevistados, como acto de servicio al espectador. El miércoles anterior, un militar jubilado llamó a la redacción para exigir un periodismo valiente. Puede que sea una simple coincidencia o, quizá, no. Obviamente, a ambos les agradecí las sugerencias, mientras trataba de encajar lo que entendía como críticas directas.
La semana pasada escuché a algunos colegas felicitarse porque, de nuevo, como en la etapa de Zapatero, el máximo responsable de RTVE saldrá bajo el respaldo de dos tercios del Parlamento. Sin imponerse con mayoría absoluta, como modificó el PP en 2012 para tomar el control de TVE sin necesidad de debatir con otras fuerzas políticas.
Creo, sin embargo, que la principal amenaza es siempre la autocensura, y no cabe buscar más excusas. Generalmente, los periodistas somos bastante hipócritas y cínicos, con la única misión de disimular nuestra cobardía. Después, ya con la leche derramada, intentamos revestir de reivindicación heroica e ideológica lo que no es más que un grupo de personas que se quedan sin trabajo y quieren saber qué hay de lo suyo.
La libertad se defiende con calidad y desafiando al poder aunque sea al precio de ponerse uno en peligro. Si siempre obedeciste y nunca te arriesgaste, eres cómplice de la zafiedad y no tienes ningún derecho a quejarte. Si nunca dimos la cara por corregir el rumbo, nuestro silencio es cómplice. La vida es lo que hacemos de ella. La libertad nos la ganamos, y si no, estamos perdidos. Volviendo a la fiesta de cumpleaños de la que hablaba al principio, en un descuido, el globo gigante con el número uno del primer aniversario del cumpleañero salió volando hacia el cielo, perdido para siempre, ante la nostalgia de los mayores y la indiferencia de los niños. Con RTVE podría pasar lo mismo.
