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Jorge Dezcallar

Penélope en la Habana

Así hacen los norteamericanos con Cuba, tejen y destejen mientras esperan a que llegue el Ulises de la libertad a la isla... o a que el exilio de Miami se modere. Y por ahora ninguna de esas dos cosas pasa.

El régimen comunista cubano es represivo. Pero también creo que la decisión de Trump de endurecer la política sobre Cuba es un error y desgraciadamente van ya muchos en la lista del primer mandatario norteamericano, que solo parece acertar cuando rectifica, algo que le obligan a hacer con frecuencia. Como cuando la semana pasada ha renunciado formalmente a su compromiso de deportar a los dreamers, personas sin papeles que entraron como niños en los EE UU donde se han formado y trabajan o, incluso, mueren en Iraq y Afganistán. Este cambio se añade a otros más sonados sobre la derogación de la reforma sanitaria de Obama, la construcción del muro con México, la abrogación del tratado nuclear con Irán, o el cierre de las fronteras a refugiados e inmigrantes de varios países musulmanes alegando razones de seguridad (en el atentado terrorista del London Bridge, todas las víctimas menos una eran extranjeras y los tres asesinos eran británicos). Son cambios que le han impuesto los jueces o el Congreso, demostrando que Montesquieu sigue vivo en los EE UU y que el sistema se defiende y funciona, que no es poco.

Pero en cuanto le dejan solo Trump dice inconveniencias sobre las injerencias rusas en la campaña electoral que contribuyen a cavar su fosa, o se inventa iniciativas como esta con Cuba que afortunadamente no va tan lejos como al principio pretendía. Para Estados Unidos, Cuba no es tanto un problema de política internacional como de política interna pues está mediatizado por la poderosa minoría cubana de Florida a la que dan voz representantes tan influyentes en el Congreso como los senadores Bob Menéndez y Marco Rubio o los congresistas Ross Lethinen y Diaz Balart, que responden a los intereses de los sectores más intransigentes de Miami.

El exilio cubano de Florida es cada vez menos radical y más favorable a un compromiso con la isla que permita el comercio, los viajes y poder ayudar a los familiares que pasan dificultades. Así lo entendió Obama cuando reanudó las relaciones diplomáticas y facilitó los contactos personales y las inversiones, sin llegar a tocar el embargo sobre la isla, porque eso no está en manos del presidente sino del Congreso que ya entonces dominaban los Republicanos.

Pero Trump ganó en Florida, está en deuda con los sectores más duros del exilio y cree que Obama concedió hace dos años mucho a cambio de nada. Tiene razón y no la tiene al mismo tiempo. Tiene razón porque el carácter represivo de la dictadura cubana no ha cambiado y Raúl Castro no ha hecho ningún gesto en materia de derechos humanos o de libertades individuales, que siguen igual de mal que siempre. Y no tiene razón porque a los Estados Unidos también les beneficia el fin de una política de acoso que no solo les separaba de Cuba sino que les aislaba de todo el continente iberoamericano, como se ponía de manifiesto cada vez que se reunían las Cumbres de las Américas.

Lo que ahora Trump ha decidido es mantener las relaciones diplomáticas restablecidas en 2015 pero restringir el comercio con negocios vinculados al estamento militar cubano, un estado dentro del estado que se estima que controla el 60% de la economía a través de Gaesa (Grupo de Administración de Empresas), dificultar los viajes de turismo y, sobre todo, restringir el flujo de dólares, algo que realmente duele en La Habana que ha perdido en buena parte el generoso maná que le llegaba de Venezuela. Y siempre cuidadoso con los gustos de sus amigos ricos, Trump se ha guardado mucho de extender los recortes a la importación de puros (los famosos Cohibas) y ron cubano. No vaya a ser que se molesten.

Con Cuba sigue vigente la impresentable ley Helms-Burton que pretende imponer la extraterritorialidad de las leyes norteamericanas al resto del mundo, algo que los españoles siempre nos hemos negado a aceptar. Los norteamericanos tienden a pensar que lo que a ellos conviene debe convenir a todos y no es así. El asunto se ha vuelto a plantear con las sanciones a Irán, y esta vez con bastante éxito para Washington pues ha conseguido que nadie se atreva a comerciar con Teherán, lo cual echa agua en el molino de los radicales y perjudica al sector «moderado» del presidente Rohani. Y ahora están discutiendo nuevas sanciones a Rusia que prohíben, entre otras cosas, la participación en la construcción de gasoductos olvidando el pequeño detalle de que buena parte de Europa depende del gas ruso y que las empresas que trabajan en el proyecto Nordstream son alemanas y austríacas, que ya han puesto el grito en el cielo.

Trump ha puesto deberes a La Habana, que «debe legalizar los partidos, permitir elecciones supervisadas, liberar a los presos... Mientras no haya libertad, habrá restricciones». No se puede estar en desacuerdo con estos objetivos aunque los que más sufrirán serán de nuevo los cubanos de a pie, mientras el régimen utilizará cínicamente las sanciones para justificar su opresión política y su ineficacia económica. Me temo que no es así como la libertad va a llegar a Cuba que a un año del fin del mandato presidencial de Raúl Castro y sin Venezuela al lado, puede volver a lanzarse en los brazos rusos. A falta de otros.

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