Ni Hogueras de San Juan, ni solsticios, ni la llegada del calor sofocante. Nada de esto representa el arranque del verano. Para mi, el cambio de estación llega con la cena de Minusal en la Muntanyeta de mi pueblo, Alberic, en la Ribera Alta, y para la que faltan pocos días. Minusal es una asociación que integra niños y jóvenes con deficiencias físicas y psíquicas (o con diversidad funcional, tal y como se está empezando a llamar) de diversos pueblos de la comarca y desde hace más de una década tengo el honor de presentar los actos públicos que organizan. Digo suerte porque lo es. Suerte de llenar mi vida con otro momento de los que valen la pena, rodeada de gente maravillosa. Esa gente a la que se tilda de poseer alguna deficiencia y que, nos fijamos bien, realmente son el espejo en el que ver nuestras propias deficiencias.

Y hablando de esas deficiencias nuestras? Hace poco leí con estupor un artículo en el que se relataban los problemas con los que se había encontrado una pareja con síndrome de Down y sus familiares, solo porque querían casarse. Está claro que los prejuicios y la discriminación que sufren este tipo de personas sigue siendo su mayor problema.

En estos momentos nos encontramos en una pequeña batalla sobre si se debe llamar discapacidad o diversidad funcional. Lícito es encontrar la manera de eliminar la discriminación también a través de los términos que se utilizan pero señores, centrémonos, la guerra no está ahí. La lucha está en garantizarles el derecho a ser vistos como personas integrantes de una sociedad en la que cada cual tiene su forma de ser. Ellos, como cualquier otro, están ahí, deben estar ahí, deben ocupar su espacio en una sociedad a la que enriquecen con su presencia y mejoran al enseñarnos lo verdaderamente importante: el amor a la vida, el cariño por los pequeños momentos, la generosidad y la necesidad de dar y tomar.