¿Quién comparecía ayer en el Congreso, el Bárcenas que fue senador y hombre de partido o el acusado de reunir hasta 40 millones de origen más que dudoso en dos cuentas en Suiza ? Ambos estaban allí, pero alternándose. El extesorero aprovechó íntegramente en su defensa la comisión parlamentaria que investiga las cuentas oscuras del PP: cuando callaba lo hacía para evitar posibles perjuicios a su defensa jurídica, la que de verdad importa, y cuando hablaba era para defenderse de sus rivales políticos con las mismas artes que ellos.

Con Bárcenas queda en evidencia la inutilidad de las comisiones de investigación, cuyo objetivo es establecer conclusiones que se sustentan sólo sobre por la volubilidad y el nada fiable juicio político. Esa limitación primigenia adquiere mayor relieve cuando los asuntos a investigar -como ocurre con el extesorero- están sujetos además a enjuiciamiento en los tribunales, procesos que sí siguen unas pautas procesales orientadas a garantizar que la verdad y el interés no se mezclan en el resultado final.

El PP tuvo la cortesía de no preguntar a Bárcenas en la comisión parlamentaria. ¿Para qué perder el tiempo indagando sobre lo que ya saben? Los populares siguen atrapados en dos mundos paralelos y son incapaces de hacer que converjan. El aniversario de su triunfo en las elecciones generales del 26 de junio sirvió a Rajoy para, ante la dirección del partido, refugiarse en la autocomplacencia de los logros económicos, con los que vuelven a estar llenos los bares y los lugares de vacación. Pero sus críticas a la investigación parlamentaria dejan constancia también de que la corrupción es asunto inquietante ante el que la resistencia pasiva no basta. En la medida en que los populares sigan sin afrontar esa realidad, Rajoy tendrá que asumir que la extinción progresiva de la vieja guardia del PP, la de los sobresueldos de Bárcenas, deja su propia cabeza como el último cortafuegos de un problema que no se disuelve en la vuelta lenta de los tiempos buenos.