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El rey que no reina

El rey que no reina hubiera aceptado una tregua gastronómica en su apretada agenda para estar en la conmemoración de los 40 años de democracia. Su entorno sostiene que excluirlo ha sido un acto vergonzoso de cobardía. El viejo rey se ha jubilado y mantiene sus honores, por ello es emérito, pero la rigidez protocolaria no ha entendido que el mayor de ellos podría haber sido disfrutar personalmente en los actos institucionales del aniversario de su gran obra. El protocolo ha querido entender que a fin de cuentas sólo hay un rey, y al que ha reinado únicamente le rendirá honores la historia en los libros.

El rey emérito no siempre ha sabido abdicar de su apetito a lo largo de su reinado. Por eso, después de haber contribuido decisivamente a la convivencia democrática de este país se dedicó en sus horas más disolutas a matar osos y elefantes, mariposear alrededor de las rubias y otros asuntos que no tenían nada quer ver con la jefatura del_Estado y tampoco convenían. El desgaste siempre se cobra pieza, no hay toreros ni futbolistas que no vivan una decadencia. Pero lo que es innegable no se puede negar, Juan Carlos se situó desde el primer momento como el árbitro del mayor consenso en la historia de la España reciente, posiblemente el acuerdo más importante en un país que salía de la dictadura arrastrando años de atraso y de miedo. Siempre estuvo del lado de la Constitución y se granjeó en algunos momentos la simpatía del pueblo.

Pablo Iglesias, que quiere enterrar el recuerdo de la Transición, dijo por las razones que fuesen que la presencia del rey emérito, descabalgado del honor, hubiera tenido todo el sentido del mundo. Claro.

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