Algo se mueve en la política española. Algo ha cambiado en el ambiente. Da la impresión de que los nuevos actores políticos manifiestan ahora voluntad política de buscar puntos de coincidencia. Parece que el tiempo transcurrido desde las elecciones generales ha servido a algunos responsables políticos para recomponerse, reconocer errores, madurar, revisar estrategias y agendas y entender mejor su lugar y sus posibilidades. Como ciudadano concernido, desearía que así fuese. Aunque solo fuera para quitarme la sensación de que durante el último año el partido conservador ha sido capaz de gobernar como si contara con mayoría absoluta en el parlamento cuando no es así en absoluto.

De todo el tiempo transcurrido desde las elecciones de 20 de diciembre de 2015 y su segunda vuelta el 26 de junio de 2016, he extraído algunas conclusiones y enseñanzas que quisiera compartir.

En primer lugar, los jóvenes responsables políticos del PSOE, Podemos y Ciudadanos no estuvieron a la altura tras las elecciones generales. Era su tiempo y tuvieron una oportunidad histórica de cerrar un largo y positivo ciclo inaugurado en 1977 que hace tiempo reclama actuaciones radicales en distintos campos, un ambicioso programa de regeneración democrática y de mejora de la calidad institucional y una profunda adaptación del marco constitucional. Pero no supieron, no quisieron o no les dejaron aprovecharla cuando lo tenían casi todo a favor. Creo que fue un error histórico y no sabemos si esa oportunidad volverá a repetirse en un plazo inmediato.

En segundo lugar, el PSOE demostró contar con una base sólida, aunque decreciente, de apoyo electoral. Pero ellos mismos, mediante un golpe de mano tan incomprensible como intolerable, situaron a su partido, si no al borde del abismo, sí ante un escenario de gradual irrelevancia. Sin embargo, durante el proceso de elecciones primarias para elegir a un nuevo secretario general se evidenció la pérdida del sentido de la realidad de algunos de sus dirigentes históricos y el nivel de indignación de una amplia mayoría de sus militantes. No entendían cómo con su abstención se facilitó un gobierno conservador a cambio de nada y que además de tener efectos devastadores para su electorado añadía grandes beneficios para los conservadores: desactivar políticamente a su grupo parlamentario, desanimar y humillar a sus militantes y decepcionar e indignar a millones de votantes. Y la primera vez que sus militantes tuvieron la posibilidad de expresar su opinión en una urna lo hicieron de forma contundente contra aquellos que habían instigado esa equivocada estrategia, demostrando además que el PSOE tenía un arraigo y una capacidad de movilización poco comunes en el panorama actual de los partidos socialdemócratas europeos. Piénsese, por ejemplo, que el Partido Socialista Francés está al borde de la desaparición.

En tercer lugar, la izquierda tiene que demostrar ahora que sabe estar a la altura. «Solo habrá gobiernos del cambio si nos entendemos con el PSOE», afirmaba recientemente Íñigo Errejón. El triunfo de Pedro Sánchez puede ser una buena noticia para el amplio electorado de izquierdas siempre que concurran varias circunstancias y se haya aprendido de los errores del pasado. Los socialistas, demostrando que han entendido que no son la casa de la izquierda, sino que esa casa tiene varias estancias y habitantes con acentos y rostros diferentes. Que el nuevo escenario viene marcado por la existencia de distintas expresiones de la izquierda, que obligará a la formación de gobiernos plurales para impulsar agendas más complejas, más dialogadas y con acentos distintos. Sánchez tiene que demostrar ahora que es capaz de gestionar este nuevo escenario, sin improvisaciones.

De otra parte, las otras izquierdas tienen que entender que su objetivo no es agudizar la división entre ellos, en una estéril disputa por la hegemonía, sino ayudar a construir una mayoría alternativa al partido conservador. Los resultados electorales pasados muestran para la izquierda una geografía electoral compleja, fragmentada y complementaria. Hay muchas Españas electorales, según se analice la edad, la residencia, el tamaño de la ciudad, el nivel de renta o el nivel de estudios. Las brechas generacional y tecnológica explican bastante.

¿Conclusión? Solo habrá un gobierno plural de izquierdas en España si se sientan las bases de un entendimiento sincero entre al pueblo de las izquierdas en torno a un programa creíble, viable, original y claro dentro del marco de pertenencia a la Unión Europea y a la zona euro. Como ya existen en la escala regional y local. Como ya existe en nuestro vecino Portugal. Todo lo demás no será más que expresiones de «radicalismo portátil», en acertada afirmación de Lipovetsky, que solo ayudarán a despejar el camino a gobiernos conservadores.

En cuarto lugar, los jóvenes responsables de PSOE, Podemos y sus coaliciones, Ciudadanos y otros partidos minoritarios deben concentrarse ahora en la política de las cosas concretas. No es previsible que el partido conservador convoque elecciones generales en los próximos años. Salvo que la convocatoria del referéndum en Cataluña altere completamente su hoja de ruta, tiene garantizado un escenario presupuestario durante dos años. Pero no tiene mayoría suficiente en el parlamento. Por ello en los próximos meses es posible avanzar en la construcción de acuerdos entre los partidos en torno a cuestiones muy relevantes sobre las que pueden alcanzar acuerdos. La agenda es amplia, los puntos de coincidencia extensos y pueden demostrar que se ocupan de problemas reales de los ciudadanos y dignificar la política y el parlamento

Por último, la nueva dirección del PSOE y sus organizaciones regionales deben ahora estar a la altura contribuyendo a la estabilidad y la gobernabilidad de aquellas ciudades y comunidades autónomas en las que gobiernan junto a otros partidos de izquierda. Sería un gran error que por no ser capaces de gestionar el resultado de sus congresos y sus tensiones internas, trasladaran inestabilidad a las instituciones y pusieran en riesgo a medio plazo algunos de los gobiernos del cambio. Su situación es compleja porque muchos responsables regionales y locales resultaron perdedores en las primarias al apoyar a la candidata derrotada. La tentación ahora es recurrir a un repliegue táctico por parte de algunos de ellos y esperar a que Sánchez tenga problemas o un mal resultado electoral el su día. De otra parte, los partidarios de Sánchez entienden que esos dirigentes que se implicaron en el proceso interno, comprometiendo incluso a la institución que representaban, ya no representan al nuevo PSOE y por ello le presentan candidatos alternativos.

Es el caso valenciano, entre otros. A mi juicio, ese enfrentamiento interno debería evitarse porque debilitará a ambas partes y puede comprometer la estabilidad y gobernabilidad de algunos gobiernos. Entiendo que lo más adecuado sería alcanzar un acuerdo en el que todos ganen, porque muchos ciudadanos saldremos ganando. El secretario general Ximo Puig, recomponiendo la relación con Sánchez, alzando la mirada más allá de lo que le puedan sugerir algunos de sus colaboradores partidarios del enfrentamiento (en especial aquellos que tienen mucho que perder), contribuyendo a sacar al PSPV-PSOE de su exilio interior, superando viejas culturas y actitudes y facilitando la necesaria transformación tanta veces postergada. Esa sería una aportación histórica, si está dispuesto a ello. El candidato alternativo, Rafael García, contribuyendo al acuerdo, consciente de que de esa forma Pedro Sánchez también sale fortalecido. Si fueron capaces de alcanzar un gran acuerdo en el Botánico entre tres formaciones diferentes, sería difícil de explicar que no pudieran conseguirlo en su propia casa. Todavía están a tiempo. De persistir en el enfrentamiento han de ser conscientes de lo que ocurrirá: cuanto peor, peor. Y no solo para ellos.