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Tirar la toalla

Uno de los signos más alarmantes del inquietante panorama que se cierne sobre la tauromaquia es la supresión de las novilladas en ferias importantes como Córdoba y Bilbao. La amenaza que late en el fondo de esta decisión es demoledora: No se promociona el futuro porque no se espera nada de él. Lo que debería ser una gozosa obligación se ha convertido en una pesada carga de la que ciertos empresarios han decidido aliviarse. A lo sumo, meten a algún novillero en un festival para acallar su mala conciencia.

Quienes así actúan hace mucho tiempo que tiraron la toalla como aficionados. La actividad taurina tan solo les sirve de consuelo económico -a veces, ni eso- y eliminan todo lo que suponga un compromiso personal.

Lo peor es que esta forma de proceder se ha extendiendo como un cáncer entre la clase empresarial taurina que, salvo honrosas excepciones, solo mira el propio interés cortoplacista: ferias monótonas, carteles previsibles trufados de compromisos, poca imaginación a la hora de incentivar a la clientela... Eso sí, se les sigue llenando la boca de medidas para una pretendida renovación que nunca llega porque ni creen en ella ni les interesa.

En medio de este desierto, existe todavía un oasis de esperanza: las novilladas de promoción que se celebran en plazas como Valencia, Sevilla o Madrid. No parecen a simple vista festejos rentables, lo que ya es de agradecer; además, consiguen dos objetivos esenciales para el mantenimiento de la afición taurina: descubren a las jóvenes promesas y concitan a los aficionados en torno a la plaza para que sigan hablando de toros. Más aún: es un vivero seguro de nuevos aficionados, que tanta falta hacen en los tiempos que corren. Ojalá cunda el ejemplo.

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