Quiero responder aquí al artículo publicado por José Luis Villacañas el pasado 25 de julio referido a mi trabajo Martín Lutero: mitos y realidades. Su texto ha sido escrito en el más puro estilo luterano y hace gala de la misma intemperancia verbal: resentimiento, xenofobia, incomprensión, demagogia, oscurantismo, basura? No emplearé el mismo lenguaje de exaltada interrogación retórica y predicación militante. No hay causa en este mundo que justifique perder la compostura.

Conviene empezar actualizando algunas afirmaciones asombrosamente anticuadas de Villacañas. Siruela hace unos 20 años que no pertenece al hijo de la duquesa de Alba. No hay noticias de que el fantasma del Gran Duque se pasee por sus dependencias. Si así fuera, iría gustosa a presentarle mis respetos. En cuanto a Menéndez Pelayo, conviene dejarlo en su tumba. Aunque le cueste entenderlo, Lutero no me interesa ni poco ni mucho como fenómeno religioso. Como no soy católica ni lo he sido nunca, desconozco cómo funciona ese mecanismo de la fe de carbonero que imposibilita al cerebro humano para enfrentarse a los mitos.

Pueden leerse algunas frases asombrosas en el texto de Villacañas: «Estigmatizar a un pueblo, el alemán, por lo que era ya un destino culminado desde su cisma de la Iglesia Católica». ¿A qué destino se refiere, a alguna «unidad de destino en lo universal»? Hay que tener cuidado con los destinos manifiestos porque los carga el diablo. Estigmatizar a todo un pueblo, el español, es lo que hizo el protestantismo, desde Lutero a Schiller. Si nosotros debemos avergonzarnos por matanzas que nunca sucedieron, no estaría mal que otros se avergonzaran por las que realmente sucedieron. No se puede negar la persecución implacable de que los luteranos hicieron víctimas a los anabaptistas y a otros disidentes. La propia Iglesia Luterana lo ha reconocido públicamente el 22 de julio de 2010.

También resulta difícil de negar que Lutero escribió «tolerabilius ese vivere sub Turca quam Hispania, nam Turcam confirmatio regno servare iustitiam, sed Hispanos plane esse bestias» («más tolerable es vivir bajo poder turco que español, puesto que los turcos sostienen su reino con la justicia, mientras que los españoles evidentemente son bestias») y muchas otras lindezas xenófobas. Véase Heinz Schilling, Del imperio común a la leyenda negra: la imagen de España en la Alemania del siglo XVI y comienzos del XVII, en España y Alemania: percepciones mutuas de cinco siglos de historia, Madrid, 2002, pág. 44. También podemos leer en sus Obras Completas: «El 20 de julio llegaron cartas de la corte de Fernando [se refiere al emperador Fernando] que muestran la astucia tan sórdida y monstruosa de los españoles. Practican el coito entre hombres y mujeres en maneras contrarias al modo natural y han superado en suciedad a las bodas italianas y florentinas» (Tischreden III, pág. 555. La edición de las Obras Completas de Lutero no se completó hasta 1983. Es la llamada edición crítica de Weimar: D. Martin Luthers Werke Kritische Gesantausgabe).

Tampoco pueden negarse los cientos de imágenes infamantes sobre los católicos y su iglesia que salieron del taller luterano y que nunca fueron respondidas con la misma moneda. Véanse por ejemplo, Mark U. Edwards, Printing Propaganda and Martin Luther, Minneapolis, 2005 o R. W. Scribner, Popular Culture and Popular Movements in Reformation Germany, Londres, 1987 (véanse las dos imágenes). Así vamos colocando las cosas en el terreno de la verdad, no en el del fanatismo exaltado que no admite crítica a sus sacrosantas ideas o a sus figuras intocables.

En cuanto al desarrollo del antisemitismo en Alemania y Lutero, es muy útil el trabajo -más «basura intelectual», según expresión suya- del alemán Thomas Kaufman, Luther´s jews. A journey into Anti-semitism, Oxford, 2017. Va ser difícil responder a Kaufman a base de interrogaciones retóricas. Es bueno salir de Dialnet como suministrador de bibliografía, porque ahí difícilmente va a encontrar usted trabajos en lenguas distintas del español.

Para acabar, hay que señalar que sus argumentos son disparatados. Lutero no se avergonzó de insultar, ofender y publicitar imágenes ofensivas de los que no pensaban como él. Y eso, en su opinión, no le convierte a él en xenófobo, antisemita o intolerante, sino que lo es quien se limita a señalar estos hechos, con palabras y obras de Lutero.