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Si Trump fuese finalmente destituido

Hay muchos, y no sólo en Estados Unidos, que quisieran ver triunfar un hipotético "impeachment" contra el presidente Donald Trump.

La presión mediática por las nada claras conexiones de su equipo con individuos próximos al Kremlin podrían acabar dando los frutos que aquéllos esperan.

Trump saldría de la Casa Blanca como un mártir para algunos y su paso por el Gobierno le habría dado en cualquier caso una impagable publicidad para sus negocios y los de su familia en todo el mundo.

La superpotencia se habría desembarazado así de un personaje tan imprevisible como incómodo mientras sus incondicionales denunciarían una conspiración en toda la regla del establishment y sus corifeos mediáticos.

En ese momento saldría del discreto segundo plano en el que se mueven siempre los vicepresidentes de ese país quien compartió "ticket" con él y ayudó a ganar la presidencia a tan inverosímil candidato.

Un hombre, éste Mike Pence, que está por carácter en las antípodas de The Donald: alguien del se ha escrito en la prensa norteamericana que no cenaría nunca con ninguna mujer otra que su esposa.

No sabemos, aunque podemos imaginárnoslo, lo que tan mojigato cristiano piensa de los tres matrimonios del Presidente, de sus comentarios despectivos sobre las mujeres o de los concursos de miss Universo que contribuyó a organizar.

Cuando hace ya más de un año Trump le invitó a presentarse con él a las elecciones, Pence no tenía más que un cincuenta por ciento de posibilidades de repetir como gobernador de Indiana tras un primer mandato más bien mediocre.

Su momento de popularidad más bajo fue cuando en 2015 firmó el "Religious Freedom Restauration Act" (Ley de restablecimiento de la libertad religiosa), que permitía discriminar por motivos de religión o conciencia.

Por ejemplo, un casero podía negarse a alquilar su vivienda a homosexuales o a una pareja musulmana y un empresario podría denegar a sus empleadas un seguro médico que ofreciese la posibilidad de abortar.

Al final, por presiones de las organizaciones pro derechos civiles, Pence dio marcha atrás, lo que le valió duros reproches por parte de los cristianos evangélicos del Partido Republicano, que dudaron de la profundidad de sus convicciones.

A Pence, dicen sus biógrafos, le gusta citar la Biblia, y todas sus opiniones - prejuicios, diríamos nosotros- parecen salir directamente de la catequesis dominical.

También las relativas al cambio climático, en el que cree tan poco como Trump y que para él es sólo una obsesión de la izquierda global.

"Soy cristiano, conservador y republicano: por ese orden", suele decir y cumple lo que dice.

En el Congreso y luego como gobernador de Indiana defendió todo tipo de causas conservadoras : enemigo confeso del "big government", aboga por rebajar los impuestos y recortar el gasto público.

Se dice que uno de sus mayores activos es su gran voz: aunque estudió derecho y ha dedicado a la política la mayor parte de su vida, tuvo gran éxito con un programa radiofónico que emitieron hasta diecinueve emisoras de Indiana durante los noventa.

Cuando en 2000, a su tercer intento, fue elegido congresista, lo primero que hizo fue comprar un micrófono profesional y un sistema de telefonía digital, que instaló en su pequeño despacho oficial para seguir charlando con la audiencia.

Muchos periodistas que han analizado sus años de congresista dicen que sus logros fueron nulos, pero, como explica el también el periodista e historiador Sam Tanenhaus, si bien tienen razón, se olvidan de lo importante.

Y es que en esos años, lo que único que interesaba a los republicanos era una política obstruccionista y no constructiva, y en esa tarea demoledora, que servía al mismo tiempo para mantener cohesionado al grupo, Pence demostró ser uno de los mejores.

Como corresponde a su cargo, Pence ha logrado mantenerse hasta ahora en un segundo plano: a Trump no le gusta en cualquier caso que nadie le haga sombra, ni siquiera, como se vio en su momento, con su particular Rasputin, Steve Bannon y se ha visto luego con otros por él nombrados y luego fulminantemente destituidos.

Pero sobre todo sabe Pence tener paciencia.

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