Blanco o no-blanco» representa una síntesis del verdadero dilema. Opciones contradictorias que no pueden ser ambas veraces ni ambas falsas; se excluyen entre sí y descartan otras alternativas. En ocasiones se formulan dilemas dudosamente auténticos por basarse en supuestos discutibles. Por ejemplo, ante las primarias del PSPV-PSOE algunos plantearon una disyunción entre contradictorios «legitimar o no legitimar a Ximo Puig al frente del Consell». Un dilema que apoyaban en la cuestionable afirmación de que una victoria de Rafa García como secretario general hubiese dejado a Puig en difícil posición, premisa no necesariamente verdadera y que, en cualquier caso, hubiese dependido de posteriores comportamientos.

Un falso dilema encierra más opciones que las dos expuestas. «Es blanco o negro», alternativas contrarias, pero no contradictorias; como contrarias no pueden ser ambas verdad pero sí ambas falsas, y ello abre más opciones que el argumentador falaz escamotea. Ejemplos de contrarios no contradictorios en «estás con Chávez o estás contra Chávez» del presidente venezolano, o «toda nación debe tomar una decisión: están de nuestro lado o del lado de los terroristas», de George Bush.

Cuando las opciones no son contradictorias ni contrarias, ambas pueden ser verdaderas o falsas, incrementado las alternativas sustraídas en el falso dilema. Una ilustración: la consigna «el PP o el caos» de las últimas campañas electorales. El independentismo catalán es, ocasionalmente, diana del falso dilema: «preocupación por la corrupción y la emergencia social o preocupación por el referéndum». Preocupaciones no excluyentes, aunque el falaz enunciado aparenta atribuir menor interés por la primera, a quienes no la elijan o prioricen.

Si tras presentar el falso dilema se prueba la veracidad de una opción, se insinúa la falsedad de la otra (aprovechando las propiedades excluyentes de la verdadera disyunción entre contradictorios). José Luís Ábalos nos regaló un excelente ejemplo en la moción de censura. Tras exhibir un documento interno de Unidos-Podemos y leer unos párrafos, preguntó: «¿Les preocupa la indignación y la vergüenza de la ciudadanía?, ¿les preocupa el motivo de dicha indignación o vergüenza? o ¿simplemente les preocupa seguir estando al frente de esta ola de indignación?». Ábalos lee ahora pasajes que muestran interés en lo segundo, ¿tal vez no les preocupe tanto lo primero? Argumentación falaz, pues las opciones son perfectamente compatibles y no constituyen ningún dilema.

En ocasiones se usan otras falacias preparando el falso dilema. Albert Rivera usó esta maniobra debatiendo en 2015 con Wyoming sobre el artículo 15 de la Ley 52/2007, conocida como de Memoria Histórica (en relación a la retirada de placas conmemorativas de exaltación personal o colectiva de la sublevación militar franquista). Recurrió en primer lugar a la falacia de la bola de nieve, extendiendo la casuística a otros episodios de la historia española extraños a esta ley, y preguntando dónde poner el crono. Continuó deformando el discurso de Wyoming (falacia del hombre de paja) al introducir un elemento ajeno al objeto de esta ley: la retirada del busto de Juan Carlos I del Ayuntamiento de Barcelona. Entonces presentó un falso dilema, con la caricatura previamente preparada como primera opción: «Una cosa es quitar bustos de un ayuntamiento o cambiar placas, y otra cosa es dar dignidad a gente que tiene muertos € de la dictadura € que nos digan cuál es su prioridad».

Es posible que en un contexto de debate universitario (Rivera lo conoce bien) el jurado le hubiese proclamado vencedor. Pero usó un cóctel de falacias, tal vez tolerable en un intrascendente concurso estudiantil, pero inadecuado en un representante político.