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El nuevo caracazo

Venezuela es un asunto tropical que la sensatez humana raramente controla. Ha sucedido a lo largo de su historia, repleta de cachuchazos y caracazos. Las etapas democráticas suelen ser allí cristales frágiles que se quiebran con frecuencia dejando paso a las turbulencias de las dictaduras. Ahora, Nicolás Maduro ha decidido, puesto que no le queda otra, quitarse del todo la careta para impedir el avance de la oposición, que ganó las elecciones, y endurecer la represión con el fin de perpetuar su tiranía.

A los dictadores venezolanos les queda siempre la salida de esfumarse utilizando el pequeño aeropuerto de La Carlota, situado en medio de la ciudad para hacer frente precisamente a este tipo de situaciones críticas. Desde allí en el monoplano "La vaca sagrada" huyó el general Marcos Pérez Jiménez, depuesto en 1958 por los sectores descontentos de las Fuerzas Armadas. A Maduro puede pasarle lo mismo, pero mientras tanto ha decidido montar una farsa para mantenerse en el poder y seguir encarcelando a los dirigentes de la oposición, a la vez que desata la violencia contra su pueblo.

Zapatero, el hombre, se ha cubierto de gloria con su intermediación. En vez de denunciar la miseria moral del Régimen que tanto le gusta a Pablo Iglesias y a sus podemitas, apostó por el diálogo con el tirano. El resultado es que Leopoldo López, Antonio Ledezma y otros opositores han vuelto a la cárcel unos días después del espejismo de su liberación. El diálogo no ha servido más que para lavarle al tirano la cara. Zapatero debería saberlo pero su cabeza es lo más parecido a un jarrón roto arreglado por un caballo. Este país ha tenido la oportunidad de comprobarlo en no pocas ocasiones.

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