Esto no tiene que ver con el amor. La mayoría de las veces ni siquiera hemos llegado a ese capítulo. Está más relacionado con la decepción, con el miedo al compromiso, con las disculpas y los pretextos. Esto trata de coartadas, que también son los argumentos de defensa que un sospechoso emplea para demostrar que no estuvo en el lugar del delito cuando éste se cometió.

Hay personas que cuando alguien no les gusta lo suficiente como para iniciar una relación, encuentran una evasiva perfecta en la frase «pero podemos ser amigos». No sé si yo alguna vez, en mi ya considerable edad, utilicé esa salida de emergencia pero si lo hice debió ser hace mucho tiempo, porque desde muy joven comprendí que la amistad no era un premio de consolación. Para ninguna de las dos personas protagonistas de la historia pero muy especialmente para la rechazada. Siempre llamó mi atención que alguien que no te considera lo suficientemente atractivo, interesante o seductor para ser su pareja sí sienta que reúnes las condiciones necesarias para ser su amigo. Extraño, teniendo en cuenta que las posibilidades de que la pareja caduque siempre son mayores que las de una amistad efímera. Al menos, así lo siento y lo presiento.

El profesor Arthur Aron lleva más de cuarenta años estudiando el amor y la amistad. Juntos, como una categoría única, no como si la amistad fuese un plan b ante un rechazo sentimental. Porque, como explican sus investigaciones, amor y amistad son manifestaciones de la intimidad. Aron, con su equipo, fue el creador, a finales de los 90, de esas treinta y seis preguntas necesarias para generar intimidad entre dos personas que no se conocen de nada. Esos interrogantes inspiraron un artículo que la escritora Mandy Len Catron publicó en el New York Times hará cosa de dos años. En ese artículo, Len Catron explicaba como, gracias a esas preguntas, había encontrado el amor. La columna se hizo viral y le proporcionó una fama universal a las investigaciones de Arthur Aron y a su departamento en la Universidad de Stony Brook, en Nueva York. Como ya he dicho, esas preguntas no sirven para ayudar a la gente a enamorarse sino para generar intimidad, una característica necesaria también en la amistad.

El escritor Jorge Luis Borges decía que la amistad no era menos misteriosa que el amor. Y Stendhal escribió que no albergaba menos ilusiones que el sentimiento romántico. Y ambas son ciertas. Entonces, ante ese nivel de exigencia y compromiso que impone la amistad, ¿por qué algunas personas la ofrecen como si no les costase ningún esfuerzo, como si fuese un premio de consolación, un diploma acreditativo por haber participado en una carrera pero no tener un lugar en el podio?

Ofrecer amistad cuando no se puede, o no se quiere, dar amor siempre me ha parecido una opción arriesgada. Habremos tenido muchas parejas, muchos amantes, varias relaciones más o menos esporádicas, pero con dificultad recordaremos sus nombres. Incluso puede que sus caras estén medio difuminadas en algún esquinazo de la memoria. Sin embargo, siempre recordaremos a los amigos. Incluso aquellos que, por circunstancias de la vida, dejaron de serlo.

Puede que la atracción física sea el elemento diferenciador. Pero, y hablo desde mi experiencia personal, amor y amistad atesoran un valor igual de importante aunque utilicen protocolos de acercamiento, de intimidad, diferentes. Porque si es verdad que el amor es una amistad con momentos eróticos, explicarle a la persona que te desea que no sientes ninguna atracción sexual hacia ella, no es la mejor manera de hacer amigos. De ahí que cuando una cita no ha cumplido con mis expectativas -que ese tema ya es otra columna-, nunca he ofrecido mi amistad a cambio. Esa sensación que no me permite intimar con una persona, o apostar por conocerla más en profundidad, no se diferencia nada de las características que impone la amistad. Puede que solo sea una cuestión de erotismo pero ambas personas deben estar en el mismo código para que tanto el amor como la amistad, maduren. No desear a alguien para iniciar una relación sentimental pero ofrecer la amistad a cambio, o es una frivolidad o un ejercicio de individualismo casi ofensivo, porque ya parte de lo que tú deseas y no de lo que desea la persona que tienes delante. Mal comienzo para un amor y para una amistad.

El profesor Aron asegura que es probable que no podamos buscar el amor / amistad de forma consciente pero sí podemos elegir, conscientemente, profundizar y reforzar una relación que ya existe. Algunos deberían tenerlo en cuenta antes de ofrecer su amistad suponiendo que eso les va a implicar menos emocionalmente, que requiere menos compromiso, menos dedicación. Es significativo sentir que le gustas, que le atraes al otro. Para el amor y para la amistad. Es pura ciencia. Hormonas y neurotransmisores afectados por la intimidad y la cercanía. No hay más. Así que, no me vengas con eso de que podemos ser amigos porque yo, a un amigo, puede que hasta le exija más.

Se lo leí a mi amigo Màxim Huerta en una entrevista: «Si se ha de ir un amor, que se vaya... pero que se queden los amigos». Que así sea.