El viaje es una experiencia enriquecedora para la mente y el ánimo del viajero. El viaje supone salir del propio entorno, incluso de la propia cultura y lengua, para acercarse a otros lugares y otras formas de entender la realidad. Por eso, desde siempre, los hombres y mujeres sintieron la necesidad de viajar.

No era solo la búsqueda de alimentos, riqueza, una nueva vida o el ansia de aprender lo que movía antaño a los viajeros, cuando el desplazamiento era penoso y lleno de riesgos. Era también un espíritu de aventura, una necesidad de cambios radicales en las costumbres. La curiosidad siempre estuvo en el origen del impulso viajero y aún hoy, a pesar de los modernos medios de locomoción y la globalización, el viaje mantiene su halo de misterio.

Cambiar de ciudad, de costumbres, abrirse a la oportunidad de conocer otras gentes y otras maneras de entender la vida y vivirla es algo que ensancha la mirada y la aparta del localismo empobrecedor, del racismo y la xenofobia a través del conocimiento de otros, que nunca serán ni peores ni mejores que nosotros mismos y cuantos nos rodean.

Hay en el viaje algo de novedad, de transformación de rutinas y nada en los sentidos permanece inalterado cuando se viaja, pues cada país tiene una fisonomía diferente de sus gentes, una gastronomía particular, unos colores y una calidad de luz distinta y hasta podríamos distinguir los países y las ciudades por su olor.

Dichoso el que ha podido moverse por el mundo a sus anchas, aunque no siempre viaje en clase preferente y con un presupuesto ilimitado. Incluso al viajar con la mochila al hombro, se disfruta de una libertad inigualable.

Si les fatiga la rutina de su vida y quieren buscar nuevas sensaciones, viajen. No tengan miedo a lo distinto. Si quieren que sus hijos tengan una buena educación, no lo duden, llévenlos de viaje, ofrézcanles la oportunidad de conocer otras lenguas, religiones y culturas. Volverán más sabios, valorando el conocimiento de otras lenguas, respetando a quienes son diferentes y, siempre, enriquecidos en experiencias y anécdotas.

En un marco como el anterior, no me negarán que los atentados contra los visitantes, las acciones denominadas turismo-fobia, solo pueden entenderse como una acción xenófoba e insolidaria, impropia de quien revindique los valores de la izquierda. No me sirven excusas porque no entiendo que a nadie le gustase que se le molestara por acercarse a otra cultura u otra ciudad diferente de su residencia habitual y tampoco entiendo la apelación a la masificación del turismo porque ¿Acaso el planeta no está masificado? Quizás se pretende que el viaje continúe siendo el privilegio de unos pocos.

Reivindiquemos el viaje como fuente de placer y de conocimiento. No dudemos en proteger el derecho de todo el mundo a viajar y embarquémonos en cualquier periplo, por próximo que se antoje, pues no siempre el destino más lejano es el más exótico ni el que nos depara mayor carga de experiencia y disfrute.